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domingo, 30 de julio de 2023

 


 

EL RAPTO DE LAS ESPAÑAS UNA FOTO ATROZ PARA OLVIDAR

Antonio Parra (I)

Padre, perdónalos. La escena es atroz. Se trata de una sacrílega pantomima. Cinco milicianos participan en una representación irreverente simulando el fusilamiento de dos sacerdotes revestidos de alba, estola, amito. Están los reos de rodillas mirando para la cámara. El de la derecha mientras sostiene con la izquierda un misal con la diestra hace que bendice a la antigua usanza, índice anular, esos dedos extendidos en majestad y perdonanza de los cristos bizantinos que en liturgia tienen un nombre y ya no me acuerdo el gesto cómo se llama. La escena representa el paisaje después de una batalla que ha sido seguramente la toma y el expolio de un convento por las turbas incontroladas.

Delante de ambos sayones yace, alzada la falda una niña muerta y seguramente violada. La criatura no tendría más de cinco o seis añitos. A ambos lados dos de sus comilitones empuñando un arma en representación macabra y olvidándose del cadáver tendido a sus plantas hacen como si estuvieran a punto de descerrajar un tiro a los supuestos presbíteros. Ver esto me parte el alma.

Uno de los que están de pie mira serio y retador para la cámara mientras el otro, aferrando el revolver, “se concentra en su objetivo” Vamos, andando, parece decir. El moreno del pelo rizado con pinta de torero, perdulario y macarra, parece ducho chequista en darle mulé a los fachas. ¿Sería un pariente de García Atadell, el sicario de las Brigadas del Amanecer, aquellas escuadras de la muerte que en el Madrid rojo aterrorizaban a la población civil en el otoño del 36 y que, habido y capturado por los nacionales, fue fusilado en la cárcel de Sevilla? Arthur Koestler en sus memorias de la guerra de España da cuenta de este sujeto que le pareció al autor del “Cero y el infinito” un iluminado, un místico. Debió de darle un fervorín religioso de mucho cuidado pues este fanatismo religioso al revés es el que llevó por odio a los curas –y la verdad que en parte algunos no eran del todo inculpables- a acabar con la Iglesia Católica Española de una vez. Se desató rancia enemiga, almacenada en lo más profundo. De ese pozo sin fondo del rencor empezaron a salir hasta cascos de botella. Parece que vino el anticristo y los otros se defendieron con una cruzada. Alrededor de dieciocho mil religiosos, según la historia de Montero, un libro que recomiendo y que está descatalogado, puesto que la Iglesia Católica en un acto de reconciliación que le honra no quiere saber, olvidar es perdonar, perecieron a mano airada. Un verdadero holocausto. A unos los emparedaran de que los prendieron, a otros los pasearon y dejaron sus cadáveres sin enterrar, como la niña que en la foto alarga sus piernas con sus calcetines blancos y los zapatitos de charol del día de fiesta, sobre una cuneta o en una zanja. A otros los despeñaron desde un arrecife como en el lugar marinero de Peña Castillo, Comillas, o les defenestraron sin más.

Por detrás otro tipo doblada la cintura el pelo con bastantes entradas y subido en un canapé desfondado que demuestra el desbarajuste de un expolio simula que está punto de agarrotar a uno de los ajusticiados con una pértiga procesional de Asperges y dejar tieso al “cura”. ¿Qué tiene este fulano en el bolsillo del pantalón de atrás? ¿Una cantimplora o una bomba de mano?

A la derecha aparecen un montón de huesos y calaveras. Esta parva de escombros fuera probablemente el resultado de la profanación de las tumbas del osario en la misma iglesia. El tremendo teatro de la pantomima se enmarca en lo que parece ser el patio de un seminario. La cámara enfoca al fondo las columnas de lo que se llamaba en los noviciados tránsitos por donde los alumnos paseaban o tenían recreación, la quiete, los días de lluvia. Arriba asoman ventanas abiertas pues debía de ser verano y todos los personajes aparecen en mangas de camisa. Estoy casi seguro de que este lugar era el seminario conciliar de Barbastro pero no lo puedo aseverar de forma tajante. Fue una de las muchas burradas que se perpetraron durante la batalla del Ebro. Los paisanos participantes en este acto bárbaro no exhiben ningún distinto o uniforme pero lo más probable es que fueran anarquistas. Pura FAI. No se trata de soldados. Ninguno de los combatientes regulares de los dos bandos – el Ejercito de Maniobra de Modesto hizo prisioneros y respetó sus vidas, al igual que las columnas de Varela que tuvo en jaque a sus legionarios para prevenir desmanes y, según me contó mi padre, del que hablaré después él mismo participó en el fusilamiento de dos regulares que habían violado a una mujer casada en Teruel- creo que fueran capaces de cometer tal atropello. Se trata de comisarios políticos. Toda esa chusma que aparece cual orgía de chacales y consuma su sed de sangre al albur de las revoluciones. Las venganzas. La malquerencia. La bestialidad.

Este retrato encontré entre las páginas de un breviario. En mis años de regatón cuando fui objeto de una persecución política que me dejó sin trabajo intenté ganarme la vida honradamente como librero de lance o colporteur pues siempre me han gustado los libros religiosos. Y allí estaba en un alijo de libros de la biblioteca de un convento que se deshizo y yo compré a buen precio. Se trata de una prueba inconcusa y sin apelación de aquellas barbaridades pero no pasó siquiera el filtro de la censura franquista, dada su crudeza. Por lo que pienso que hay mucho material gráfico de este tenor que no saldrá nunca a la luz y más con la política existente en la actualidad de demostrar que sólo los del bando nacional eran cafres y los otros unos benditos.

Salvé, sobre eso mismo, la aducción de una prueba testifical que bien podría ser útil composición de lugar a efecto de saber lo que ocurrió a las generaciones venideras. Después me han dicho que Fray Justo Pérez de Urbel la insertó como un atajo en blanco y negro en las páginas de su Mártires de la Iglesia. Editorial AHR, Barcelona 1956.

Los libros no dan de comer, tal vez ni siquiera para desayunar pero otorgan cierta satisfacción moral al aficionado que trata de salvar de las llamas o del olvido testimonios que no debieran borrarse para que la misma historia no se vuelva a repetir. Mi ánimo aquí al dar a la estampa de Internet esta instantánea no es el morbo ni el revanchismo sino un afán moralizante, en pugna con mi deontología profesional de evitar toda escabrosidad obscena. Los anglosajones se pasan esa norma por la taleguilla pues casi todos los días nos dan el postre poniéndonos los cadáveres de la mesa a cuenta de la guerra de Irak que también es una guerra de liberación y civil agravada por ese fanatismo religioso que siempre caracterizó al Islam.

Para mí esta foto de la niña ultrajada y asesinada es un poco la vera efigie de la crueldad de aquella contienda que ojalá no tengamos que vivir nunca más. Un grito, una llamada de nie immer o never again pues no se trata de un único holocausto. Hubo muchos holocaustos. Y no puede haber muertos de primera categoría y como archivero y bibliotecario que soy he aprendido a asimilar un talante independiente. Hay que estar de parte de las víctimas.

Me hago cruces y reflexiones al socaire de la trepidante actualidad que está teniendo ahora mismo esa historia de nuestra conflagración civil contada en fascículos triunfantes que a mi juicio no están dando sino una versión parcial. A los españoles nos están comiendo el coco. Da la impresión de que los vencidos fueron los vencedores. Que Franco y sus generales estratégicamente era un manazas y que Rojo, Riquelme y comparsa sacaban a los nacionales muchas cabezas de ventajas. Poliorcéticamente tal vez sí pues la defensa de Madrid llevada por el general Rojo junto con Miaja que para eso habían ganado sus estrellas en los blocaos de Xauen y Dar Akoba, fue de libro y numantina aunque a costa de muchísimas bajas y el apoyo tremebundo de toda el armamento norteamericano traído aquí para experimentar (por ejemplo, las ametralladores Hochkins que fueron baluarte del “no pasarán” y mira de fuego que acabó con tantas vidas de mozos españoles en la Ciudad Universitaria) y de las famosas armas checas. Pero aquí no vamos a revivir batallas.

No se olvide que la República contó desde el primer momento con gran capacidad de medios. El oro. Las comunicaciones. La propaganda. Los internacionales. Con el apoyo logístico de Stalín y el agit prop del Kommitern. Pero la indisciplina, la desorganización entre los cuadros y el enfrentamiento entre trotskistas y comunistas y las clásicas desavenencias banderizas, le dieron la victoria a Franco que supo mantener la unidad y controlar la balanza entre las muchas facciones políticas (falangistas, requetés, monárquicos, cedistas y jonsistas, soldados de leva y militares profesionales). Bueno, la victoria. Es un decir en realidad. Porque en una una guerra civil no hay tal.

Una guerra civil la perdemos todos y el pueblo llano que sin comerlo ni beberlo se ve inmerso en unas hostilidades como aquéllas los que más.

Es un error cargar las tintas del lado de la alianza del eje con los nacionales. Contribuyeron qué duda cabe pero Franquito anduvo más listo aunque dios quiera que aquel enfrentamiento entre españoles no vuelva a repetirse. Ya casi lo teníamos olvidado pero al parecer hay fuerzas interesadas en insistir con terquedad en todo aquello. Tengo para mí que el primer intento para borrar la memoria dando un paso al frente fue obra del anterior Jefe del Estado.

Desde luego una de las causas del conflicto en el que tuvieron mucho que ver el dinero y las soldadas, toda vez el descontento de algunos cuadros con la Ley de Azaña, fue el choque entre militares. De un lado estaban las estrellas y del otro las barras. Pugnas ideológicas a causa de la conciencia que dejó en muchos hombres honrados la mala gestión de la monarquía, la abdicación de Alfonso XIII y la corrupción de la guerra de Marruecos, se entreveraban con las pagas e intereses crematísticos. Conozco bien a los militares pues me he criado en un cuartel como aquel que dice. Háse no de echar en saco roto un considerando: los de África habían sido enviados allí o a Canarias para quitárselos de en medio como disponibles forzosos. Serían los rebeldes. Llevaban estrellas en la bocamanga según la antigua tradición castrense española.

Por el contrario, los que quedaron en la Península gozaban de las preeminencias de la escala. Los ascensos y los mejores destinos eran para ellos. Estallado el Movimiento, suprimirían los galones por las barras a la usanza yanqui. Franco, acabada la guerra, les respetó el grado y si no tenían delitos de sangre fueron reinsertados aunque algunos, bastantes, estuvieron en prisiones militares y, eso sí, con una mancha en el expediente. Los vencedores llamaban a los vencidos los “capados” y también los “de la tarja”. Pese a tales remoquetes siempre se les consideró compañeros de armas, cobraban sus haberes y echaban cigarros y se tomaban sus cañas en los cuartos de banderas como los demás. A la mayoría se les revocó el mando en plaza.

De los dos regimientos donde se desarrolló la vida militar de mi padre, uno era tradicionalista acérrimo, el 41 de Artillería y el segundo, el 13 Ligero de Getafe, por una tradición que se remontaba a los tiempos de Riego, de adscripción mucho más liberal. Para mi padre, un oficial que provenía de las clases, el choque entre los de la tarja y los de las estrellas fue tremendo. Pero de estos extremos y de otros al hilo del pie de la atroz foto que adjunto le hablaré en mi próxima entrega.


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