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viernes, 17 de enero de 2020

cimbel y zumbel



 

MI AMIGO GUMERSINDO ARIJE

A Arije me lo encuentro todos los días yendo y viniendo por los bulevares de la Reina Madre allí donde hay una clínica que fue hospital de sangre para todos los soldaditos de nuestras guerras africanas. Aparece en imagen una enfermera de bronce que atiende compasiva a un cabo de infantería, herido de bala, abierta la sahariana con los ojos turnios agonizantes. Del pecho se escapa un chorro de sangre. Mi amigo quedaba conmovido al contemplar la estatua. Tarde de mayo dolor de España horas sin amor. Auras de juventud. Esta zona de la capital me recuerda los tiempos de estudiante, la parada del F, el autobús que nos llevaba a la facultad, casa de ladrillo rojo. El cobrador era un gallego rubio uniforme gris como de presidiario y una visera-bonete con un guarismo de registro, por cima de la visera, picaba con gesto indolente los pases que eran veinte números desparramados en cada uno de los cuatro ángulos sobre un cartón blanco. Se sacaban estos itinerarios en la taquilla de la empresa municipal o en cualquier estanco por un duro. Nos vamos a Orense. Tira, Manolo.  el trolebús arrancaba. No va más. Billetes por favor. Muchos se colaban. Al gallego le veía yo todos los miércoles al bajar a la clase de prima cuando tocaba latín con el profesor Mariner, un catalán clásico emblema de la sabiduría y perfil romano. Aparecía sentado en su telonio como un buda mirando alegremente para la juventud divino tesoro que nunca vuelve. Una vez me tocó detrás de una monja concepcionista que arrimaba el culo arrecachado. Yo, por mi parte, acercaba el material. Hambre sexual de los sesenta. Mi amigo Molina malignamente me hablaba del placer que suponía a los milicianos invadir los conventos y forzar a la madre superiora. Muchas daban gracias al cielo sin importarles mucho ser mártires victimas de las sacrílegas turbas. Aquella zona estaba en los límites de la glorieta donde había un cine grande en que veíamos películas de espías alemanes y un bailongo en los bajos. Sara Montiel acudía a una famosa cafetería del primer piso y se la veía muchas tardes mirando por la cristalería del ventanal mostrando sus torneadas rodillas de rolliza manchega que por aquellos días eran una inducción al pecado mortal. Estaba cantando el ultimo cuplé y la canción “fumando espero”. Por las noches en las campas circulaban por los solares del Canalillo mujercillas de virtud incierta. Este ajetreo ya pasaba en los tiempos de Galdós. Una paja una peseta; un polvo con goma un duro.  Frenética actividad meretriz se condensaba en la trasera del Gran Hospital cuando los amaneceres sabían a leche condensada. Y es que Eros y Tanatos son Castor y Póllux subidos al mismo caballo. Compañeros de viaje. En la mili te daban bromuro y a lo mejor el tiro de un moro a los que hicimos el sorteo y nos tocó en África.


Él vendrá a separar a los buenos y a los malos. Apacentará a sus fieles corderos y derramará la sangre de los cabrones y cabritos. Porque Él es el maestro de Justicia. Pasaron las pascuas nochebuena tranquila y recatada en el herrén y reanudo yo Arije mis prosas peripatéticas por el bulevar de Reina Victoria tratando de levigar aquellos recuerdos separando el grano de la paja de mi juventud. He oído las palabras de San Esteban el primer mártir que exclamaba mirando al firmamento "Satis est vixisse" y así subió a los cielos. Los viejos de la Inter no creen en esta frase porque lo único que les preocupa es llegar a los cien años a fuerza de hierbas cordiales y de visitas a los galenos matasanos. Mejor no ir porque te mira el Esteban y te dice que tienes un cáncer y hay que contestarle " sea lo que Dios quiera. Viva la gallina con su pepita". Quieren acabar con los septuagenarios de la patria. Roban en el banco, les copian las tarjetas. el latrocinio y la protervia habita entre nosotros. Veo la cara alargada, de espátula, sus guiños diabólicos, del doctor Muerte que mira para los pacientes con ojos cancerosos. Andan los pobres viejos solitarios con la oreja pegada a la radio de la Inter en un furor encaramado angustiados por tener vida larga. Cimbel y zumbel de las tardes sarcásticas sin amor el cuerpo doliente huyendo de ladrones y asesinos. Fumando espero, cazador cazado solo a vueltas con mi conciencia y los recuerdos. Le hago un corte de manga a la red, me entrego a la oración que es reclamo, expiación, adoración, arrepentimiento y esperanza. Me gusta la liturgia romana en latín con algo del rito ambrosiano y muzárabe. En contrapartida la mejor liturgia es la polifónica rusa. Internet me sirvió de alfombra mágica para ir a la misa de Nochebuena en el Kremlin que ya es decir pero las cosas cambian. Oficiaba el patriarca Cirilo la misa de pascua.
 Tengo fuertes palpitaciones y las negras ideas se apodaran de mí. Las combato rosario en mano. Hay que poner lastre a los malos pensamientos pues la imaginación hace burbujas y se tira pedos, remuerde por los desvaríos de cuando entonces y, según los ascetas, es la loca de la casa.
 —¿Viste u oiste el espich que nos largó don Felipe?
 —No me dio la gana. Al verle tan insulso y tan poco espíritu se me atragantó el turrón. Para mí el único rey que vale es el la baraja. La monarquía viene del mono y en España siempre tuvimos a los borbones una desgracia simiesca. Borrón y cuenta nueva.

Crecen los días y suenan por algún rincón del cielo rondas sanabresas, canciones toresanas, ataruxos galaicos, espantadazas del paloteo vasco, cobras catalanas y tamboreadas navarras al son del chistu, juntamente con tonadas asturianas. Arije tenía una visión muy folklórica y así le iba. Estaba fuera de lugar. Le rodeaban las maniobras en la red de la incomunicación digital la gente enviando guasaps dándole al dedito a mogollón. Todos dicen que el diablo no canta aunque sabe mover el esqueleto. Dios te libre de las lenguas de dos filos y de los sermones del padre Ricci, el que destapó la olla de la tapa de los infiernos y allí vivimos cómo se cocían una recella de obispos y pontífices máximos traían en la mano un libro del Dante. Satanás los pinchaba con un gario de cuatro dientes en las posaderas. Iban desnudos pero se conocía que no les había dado tiempo a quitarse la mitra de la cabeza. Sus cabalgadas por las calderas de Pedro Botero eran un auto lardivo.
—No puede ser
—Porque tú lo digas
En el altar mayor de la catedral de Luzbel que es una zahúrda de Plutón el infierno es una casa de acogida alcancé a ver yo a un mitrado muy albardado de casullas, roquetes y manipulos que daba la bienvenida a los colegas recién llegados con una plática en la cual les decía que estaban en la casa donde no se come ni se bebe y de donde no se sale nunca. La cueva de los castigos infernales estaba debajo de una gran acacia que crecía en el bulevar. Analecto de vez en cuando les bajaba un bocadillo con carne de serpiente y cañas de aceite de ricino ración de patatas bravas envenenadas, arenques y pollas en vinagre.
Un fraile se sentaba también como la madre lo parió pero ostentando la tonsura y la cogulla sobre un sillón de nogal aforrado de guadamecí. Gritaba y se arrancaba todos los pelos de la barba. Decía ay de mí en la hora que nací. Su cara la estaba pintando el Bosco en uno de sus cuadros. Junto al departamento episcopal estaba la sección de los periodistas que eran incontables los que estaban allá pero su número era superado por el de los abogados y los rábulas espolistas en pelo malo. La leva de políticos era tan larga que ni te cuento: Trump con su trompa elefantina diciendo que aquella noche era la navidad y no se iría de picos pardos, la Merkel en minifalda, Máchele Obama moviendo el trasero sandungo, Teresa May una flor de mayo que devoraba carnicera a los mosquitos del Brexit, Juncker el padre de la masonería europea tocado de yamulka y enseñando las filacterias de rabino bajo el traje sastre, Rajoy mirando para el tendido en la silla de don Tancredo fumando espero, Putin como un zar de la kagebé montando a caballo y disparando misiles, Netanyahu con cara de sacamantecas, Bergoglio mirando torvo para la costanera y abriendo la puerta de la iglesia al enemigo. Traidor y mal ostiario, Berlusconi con gesto burlesco una cohorte de odaliscas en su palacio y no sigo la lista porque la perversidad infinita se había apoderado de los dirigentes del globo terráqueo. A las soflamas de los diablos y a los palos respondían los condenados con frases hechas:
▬Con tanto malvado como hay en el mundo no se coge. Sacadnos de aquí. Estamos hartos de penar y sufrir.
Al grito de auxilio acudía el infernal demandadero y les daba la vuelta a la parrilla para que se torrasen un poco más como san Lorenzo.
No había en el infierno aliviaderos pues allí no se come ni se bebe ni se mea ni se caga, todo es penar y crujir de dientes, y para siempre. Para siempre. en medio de esta algarabía de voces y gritos y blasfemias se escuchaba el barboteo de las perolas donde cocían sus cuerpos, calderas de pez y aceite hirviendo. la atmósfera era salobre y sobrecargada de un hedor mefítico. Los fámulos del Pateta se apresuraban a torturar a los predichos con esmero y diligencia cumpliendo las órdenes de Lucifer de manera implacable. en aquella alcaicería del furor los que gritaban fueron sepultados en una montaña de cal viva:
  — ¿No estábamos redimidos por la Preciosísima Sangre? ¿No pedimos confesión en la hora de la muerte?  ▬ lloraba un cardenal de la curia el proxeneta que dio protección a Raspín aquel extremeño que arrimaba las putas al colegio cardenalicio?
  —Penen los rufianes y tengan su merecido.
A las quejas del purpurado respondió el gran esbirro con un tizonazo en sus partes pudendas donde tanto duele.
Atollite portas antiquas abran la cancela pero las puertas de Jerusalén estaban cerradas. La ciudad santa había sido bombardeada por tres misiles nucleares. me quedé pasmado ante aquel cuadro de destrucción masiva. Alligieri Dante me señaló a res prelados de blanco que la impostura glorificó como santos y estaban en cambio sumidos en la gehena. Eran Pablo, Juan y Wojtyla. Aturdido por la gritería y el espanto pasmado de las blasfemias vi cómo el Analecto el mancebo de la tasca Julifer también lo llamaban el Bar la Puñalada el lugar donde y acudí displicente a la hora del café probo funcionario de un cuerpo a extinguir por la Constitución bajaba con los refrescos para refrescar a los sedientos praditos con frascas de vino perronero que los españoles juramos en Santa Gadea acariciando la pata del Cid Dios que buen vasallo si hubiese buen señor nuestras mesnadas fueron traicionados por Bellido Dolfos y don Opas asomaba la gaita por Punta Umbría era el enalgramado que traicionó nuestra estirpe y se acercaba siniestro a los montes de Peñalara. Alfolí de los vicios y varadero del mar de maldades era aquel aposento que yo columbraba.
   —¿Qué dices Etsi?
  —Yo no digo nada. Lo tuyo no tiene solución. Me dejaste abandonada para irte con otra.
Le dije que había navegado en galeras remando contracorriente con toda la canalla de un barco que iba a ninguna parte y ahora me esperaba aquella tronera porque de seguro que yo también era un malvado al que Queronte justiciero aguarda. Tras un infierno en vida me esperaba otro en muerte. Es el fin; me arrojarán a la trena donde no se come ni se bebe ni se caga ni se mea durante toda una eternidad. Sicio. Tengo sed. Un verdugo mojó mis labios con esponja de vinagre y el Analecto  diome a beber un potingue de cerveza calamocha mezclada con zumo de rabo de culebra.
  —No es justo   —lamentabase Gumersindo Manahén Arije ▬ que en las zahúrdas de Plutón nos den carena. Don Francisco de Quevedo el profeta lo había pronosticado. Él tuvo también esta visión. Se ha torcido mi destino cual tibia de alcazuz que cruje entre las mandíbulas del quebrantahuesos. En aquel instante un sacre altanero que se desbandó vino a posar sobre la copa de uno de los tilos de la avenida, al instante en que circulaba un 45 de la línea de autobuses urbanas. El vehículo recibió una gran cagada en el parabrisas mientras los palomos cojos caminaban, señoriles, recitando plegarias por el bordillo sin hacer caso del buitre que desde arriba los echaba el ojo. Ellos a lo suyo a picotear cáscaras de altramuces y pipas que tiraban las niñeras cortejadas sobre los bancos por militares sin graduación. Un cabo de la Base Mixta se arrancó con una copla: "La viuda rica que con un ojo llora y otro repica, la hija recogida y nunca consentida porque del ocio nace el negocio".
Gumersindo odiaba a las palomas urbanas que echaban a perder las aceras de la ciudad con sus deyecciones. Bajaban los viandantes saltando entre las bostas de palomizo y perrizo porque la población canina igualaba casi en número a los siete millones de habitantes que tenía Madrid                                                                                 

La escena del cabo moribundo de bronce en manos de la enfermera me recordaba a mis compañeros del tabor de regulares cando serví a la patria; aun sabiendo que esto hoy no se lleva Arije se sentía muy ufano de haber hecho la mili en regulares y cantar por lo bajini aquello de soldado estoy de España y estoy en el cuartel contento y orgulloso de haber sentado plaza en él. Florence Nightingale habita entre nosotros y si no hubiese sido por estas enfermeras que son monjas laicas y a su vez matronas y madrinas de guerra que dieron su vida por España hubieran muerto solos como los perros en algún blocao de Xauen o de Dar Akoba nuestros queridos soldaditos llenos de valor. Eso se supone. ¡Bah! no me quiero poner sentimental. Canta la coruja en la rama del roble. Ya están llamando. Vuelvo sobre mis pasos a desandar lo andado. Enrollo el cordel y el zumbel de la memoria empieza a moverse sobre el firme del bulevar. Camino solo ladera abajo con mis pesadumbres. No es que quiera mucho a los moros. Les comprendo. Son algo testarudos, muy orgullosos. Respeto sus lilailas pero yo me quedo con los salmos. No va a ser cosa de cargar las tintas y aljamiarse y renegar de la fe de Cristo como hacen algunos.
Conozco a los musulmanes y ellos creo que me conocen a mí pero ni tanto ni tan calvo. No lo puedo remediar.  Dicen que es un pecado matar en el nombre de dios pero la biblia es un libro de hazañas bélicas con resabios porno y yo marcho a rebalgas perseguido por mi sombra por Reina Victoria. Debo parecer un paracaidista inglés desfilando por Buckingham Palace en la parada del Trooping of the Colour. El día del santo de la reina que acontece en London en el bello día de junio. Me dicen los ingleses que, como su Majestad le da que se las pela al zumo destilado del enebro con gaseosa, no se le acabará el carrete en mucho tiempo. La reina madre vivió 102 y ella puede que se plante en los 115. Así que el heredero, al que llaman el Orejas, el que soñaba con convertirse en tampón higiénico (coño qué metáfora) de doña Camila la mujer del alabardero, para verla más de cerca, lo tiene claro.
Tengo una gran colección de arabismos que exornan (palabras que empiezan con el artículo al) nuestros diccionarios pero de niño sobre la cabecera de mi cama de madera había un cromo de la batalla de Clavijo en el que el artista pintaba torpemente la figura de Analectoago Matamoros alzando su espada sobre un caballo tordo. Derribados y bajo los cascos del caballo del apóstol aparecen unos cuantos turbantes pidiendo árnica. Siempre me impresionaron los rostros desencajados de esos agarenos que el pintor rural quiso que fueran negros o medio mulatos, de modo que sus pelambres contrastan con las barbas y melenas de un blondo y triunfal Hijo del Trueno que para eso fue patrón de los godos durante  siglos hasta que llegó la monja andariega, madre de los conversos. Ya que buen trabajo le costó a Francisco de Quevedo defender su auspicio castizo de España por San Jacobo dándose de cuchilladas con el de los cristianos nuevos, que defendían a santa Teresa en el compatronato, y bajarle a Boanerges de su pedestal glorioso, al grito de Analectoago cierra España. Estábamos trazando rayas en el aire, queríamos arar surcos en la mar. Nos falta a los españoles voluntad colectiva, por eso somos un país de conversos, desdichados y a media hacer enchufado a las veleidades de una monja andariega e inquieta que podía ser precisamente la que me arrimaba las nalgas en el trolebús a mí, deseando ser traspasada por el rayo místico. Quiero que me penetren. Voglio una donna.
Apañados y apretujados íbamos aquellos estudiantes sardinas en lata del futuro. Nos hemos olvidado del caballo blanco de Analectoago. Por estos tesos pululan los curas libidinosos, las monjas que se dan a la fornicación y ansían ser penetradas por el dardo divino.
Yo por lo menos le prefiero a la Mística Doctora que, según revelan ciertos documentos, se acostaba con el padre Gracián. Así que aun entonces ya yo bajaba letra herido por la cuesta de Reina Victoria, sin saber qué hacer, por dónde tirar, inhalando el humo salutífero de mi cachimba, fracasado de mujeres, barruntando cielos color mortal y rosa y el odio católico de los neos, enfrascado en tan tristes pensamientos, acordándome de la Reina Madre que vivió más de cien años dándole al gintonic. La madre que la parió. Chinchín. Bríndenos a vuestra salud. La endrina es baya milagrera. Alarga los años. Es el antídoto contra la lucha de clases. El pan candeal se amasa con la harina del trigo trujillo. Aquí cada cual propende a llevar el agua a su molino y dejar seco el de su vecino y habla despacín no nos oya el mío vecin que diz en la Asturias galana. Do va la mar vayan las ondas. Que allá darás rayo en ca Tamayo. Conviene esperar a que pase todo esto porque cuando Dios lo quiere, todos los aires llueven. Mayo mangonero, pon la rueca en el humero. Pedrada cantada, nunca ganada. El que calla piedras apaña. Piedra sin agua no aguza en la fragua. A piedra movediza el moho no cobija, y metimos un ratón papal en nuestro granero y se hizo amo del cillero.  Palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Al buen callar llaman Sancho, y entretanto llevaré este canto. Non lu quieru non lu quiero pero échelo vosté al puchero. Dádivas quebrantan peñas. Los refranes eran para mi personaje un consuelo y éste en concreto le retrotraía a Arije a London mientras esperaba a una novia que no fue. Le dijo que tenía la nariz muy grande. La esperaba en el salón cortinas rojas en la ventana y un viejo sofá comprado en cantando con voz solemne de barítono dedicando versos a la maritornes del Julifer que le decía que Zamora no se gana en una hora. “Yo soy casada gilipuertas”.
El Analecto se descojonaba. La Leo no le hacía caso pero había una vinotera al lado, para su consuelo; compraba dos botellas y se las chiscaba gluglú en un banco del bulevar cerca de la floristería abandonada. El vendedor de rosas había matado a la mujer y fue a la cárcel. Su chiscón abandonado era el refugio nocturno de los vagabundos del Este que trampeaban por la avenida. Que al as de oros no lo juegan bobos. La floristería era una vecera de cerdos humanoides. Huélgame un poco, mas hilo mi copo. No hay bronce que años tenga mas de once ni mas lana que saber que no hay mañana. Leña de romero y pan de panadera la bordonería entera. Chimenea y huerto y un hogar do calentar las posaderas, el sueño del pícaro y del rufián. Todos vamos a donde dan. Campanas de mi aldea tilín tilán. Aldeana es la gallina pero comenla en Sevilla y viva la gallina con su pepita. Dentro de la concha está la perla para quien sepa verla. Añoso luchador el pino de Formentor. Do no valen cuñas aprovechan uñas. Guárdate del viento acanalado y del hombre mal barbado que porta en la cara las siete señas del hideputa (el signo más conspicuo: la barba en parroquias como el Coletas), al loco y al aire calle. La sangre se hereda y el vicio se apega. Soplar y sorber juntos no puede ser. Me deslizaba al esconce de la floristería después de estas subidas y bajadas, ▬cuando perdía el último autobús a causa de su afición al pimple y no podía regresar a su hogar, así que quedaba a dormir en la leonera de los vagabundos▬ por los colmados alcohólicos, veía venir a las marimantas. Los días que atardecía sereno tomaba el 623 y se refugiaba en su casa, aquel chiscón que había comprado con sus ahorros en Majadahonda. Seguía escribiendo al dictado de la botella porque para él la escritura era una purificación una catarsis para un tiempo en el cual la poesía había muerto. Quien bestia va a Roma de allá bestia torna. En el camino a muchos se les estropee el botijo, digo la sítula. Luego vienen los grandes pecados capitales de nuestro pueblo: ira, gula, lujuria, soberbia, homicidios, omecillos, robos, desfalcos, temeridades, contumelia, bandos, disensiones, mecachis en la mar. Acaso el proel de los vicios sea la protervia que la soberbia reconcentrada y la obstinación en el mal son licencias que marchan delante. Mascarón de proa de la vida nacional. De la cantidad de nuestra dura mater depende el pensamiento. Los hombres con cabeza pequeña tienen parvo entendimiento. Porque el viento gordo genera craso intelecto y yo estoy demasiado gordo, padezco de crasitud mórbida. Así, como los naranjos que portan poca médula y cáscara canteruda, me aflije a mi la mucha cáscara y escaso pipo, debe de ser porque estoy enfermo del alma. Mi madre y todas las mujeres que he conocido me lo dijeron “eres parvo, Gumersindo Arije”. mi amigo Manahén Enalgramado, que es un traidor, no piensa lo mismo, tú vales mucho, chico, lo que ocurre es que te minusvalora y por eso echaste tu vida a rodar. A Manahén le gusta dar coba. Aunque el poder cognoscitivo de las potencias del alma acaso se mayor de lo que se cree. Son poderosos los mastines con carlanca y olfatean el aire los podencos, eso me pasa a mí cuando veo a una persona por primera vez que le calo y sé de qué va y por donde va a salir.
En el Kiss bailaba la bacante Micaela. Había algo divino, un halo superior en aquella negra.  Parecía una sacerdotisa de Venus color ébano pero el diablo, que siempre anda por Cantillana, movía la lengua y le hacía pronunciar cosas extrañas en diversas lenguas. Yo salía renovado de aquel cuchitril de paredes rojas color vino de la calle la Ballesta. En Gran Vía un argelino me quitó la cartera y anduve tiempos metido en pleitos de la mano de rábulas vocingleros extorsionistas que querían demostrar que mis ojos grises eran negros. Este es un mundo ovil con muchos recovecos. En Madrid siempre cazan ratas al amanecer. El remedio contra esta carrera de ratas son los cuatro espíritus vitales de los romanos: Tracrix, Retentrix, Conmotrix y Expultrix.
Según Roma, la tribulación aguza la inteligencia y la alegría hace bajar la guardia a los humanos. Para los talmudistas es un error imperdonable ir de bueno por el mundo.
Estaba Analecto el del Julifer, el bar de la esquina, hecho un brazo de mar en su telonio despachando cañas de cerveza y mirando de reojo. Zamora no se ganó en una hora. Qué va a ser... lo de siempre. Ya no vas al Kiss. Qué es el Kiss preguntó un cliente con pinta de guardia civil franco de servicio y dijo Analecto un puticlú y yo dije ya no me vaga estoy jubilata soy un cabo pieza al que se le jodio el goniómetro y el Analecto que aquel día se había levantado con el pie torcido se cachondeaba de mí ante el secreta. Además repuse lo cerraron desde que mataron a Manolo Cantalejano. Creo que fue la mafia rusa y Analecto corroboró:
—Je a éste cualquier día le colocamos las pulseras y lo llevamos a la comandancia. Lo malo es que tiene las muñecas gordas.
El Analecto era un suma y sigue de su hermanan Abamita a la cual le gustaba faltarme al respeto cuando subía a tomar café de las mañanas del tiempo que se fue. Por sus interferencias la hubiese dado yo una en los morros pero no valía la pena. Hay que resistir cuando la gente pide bronca y poner en practica el consejo de mi abuelo que era de la Benemérita “paso corto, vista larga; ojo al cristo que es de plata y ojos de halcón diente de lobo y hacerse el bobo”. Abamita era una verdadera Euménide. Yo me pregunto qué es lo que habré hecho yo pobre funcionario sin mando en plaza, marinero de tercera para caer mal a la gente. Debe de ser mi gordura mórbida que les asusta pero de mozo cuando vivía en London era cenceño, tenía buena facha, me acostaba con mujeres que no eran de pago, y feliz. En el Kiss una  sacerdotisa de Venus echaba las cartas, dominaba la guija, vaticinaba el porvenir como la mejor veedora de Galicia aunque ella era andaluza; decían las compañeras que aprendió las artes mágicas en el Vaticano en su calidad de primera daifa de los cardenales de la curia, hizo una prognosis terrible de mi condición psicológica y sexual:
— Tú tienes madera de asesino en serie.
— ¿Quién yo?
—Sí, tú. No te hagas el longuis
—¿Por qué?
▬Buscas el trato torpe con mujeres públicas. Eres algo seductor y encantador de serpientes pero insensible al dolor ajeno. Hundes tus fauces en el légamo del egoísmo. Tienes los pies planos y me da que eres algo impotente. Esto de la impotencia de don Juvenal fue corroborado por el sanabrés que poseía buen ojo clínico para tales alicientes
El camarero sanabrés pronunciaba su diagnóstico de manera contundente. Seguramente había leído a Freud. No. Eso imposible: Analecto era de los que jamás han leído un libro. Esos españoles que pertenecen a un país en el que menos se lee y más se publica. Vanidad de vanidades. Me quedé de un aire. Ser gordo en España y atiborrarse de lecturas, mala cosa. Pero nunca pondréis, malditos, bozal al buey que trilla. La Leo nos miraba desde el alguarín de sus premisas una cocina de metro cuadrado, verdadero banderín de enganche de potas y perolas, donde fregoteaba con sorna y empezó a decir sandeces y blasfemias contra mí. Y yo no cesaba de decir para mi camisa santo dios por qué le caeré tan mal a la gente. Arije, espabila. No merece perder el tiempo hablando con esta gente. Juvenal, que jugaba al tute con los jubilados, me guiñó un ojo desde el taburete donde echaba la partida:
— Calma no hagas caso a esa bruja.
Pese a las impertinencias y humillaciones, estaba yo allí todos los días a la hora el cafetín. Me atraía el abismo. Templanza. Moderación. Circunspección y voto de silencio. Todo menos darla un par de hostias. No te pierdas, Gumersindo. Y por más que me proponía alcanzar tales virtudes jamás lo conseguía. A lo mejor el Analecto llevaba razón: yo, arrastrado de mis malas inclinaciones, podía liarla parda hasta el punto de convertirme en un asesino en serie. No me gustaba mirar los telediarios porque me daban ganas de vomitar y después matar a ZP. A la rubia de bote el chocho morenote esa lozana andaluza que pronuncia encendidos discursos simulando la verborrea de los delegados de curso de la Facultad de Económicas y presidía un gobierno de corruptos y de puteros yo también me la cargaba. Mi país estaba envenenado por la política que torna a los hombres tristes y rencorosos Por las noches se me acercaban los vampiros y creía entrar a bueyes volando por mi dormitorio. Alguien soltaba el buho que revoloteaba por la camarilla. Graznaba la lechuza en una rama del árbol de la sabiduría. Me convertí por esta causa difunto de taberna y entraba desesperado en la barra del Julifer (acrónimo de Julito y Fernando no vayan a pensar ustedes otra cosa pues eran los dos socios que montaron el chiringuito) para que la Abamita me escupiese exabruptos y su hermano me preguntase con un aire místico si me pasaba por el Kiss. Templanza. Moderación, restricción, recato. No hagas caso, Arije. Lanzaba la peonza. El zumbel de mi vida daba vuelta y vueltas. Se desplazaba en círculo y la mecha se le iba diluyendo hasta que sonaba el cimbel del convento de las Clarisas a la hora de vísperas. El impulso cinético concluido, el trompo quedaba tendido panza arriba como el cadáver de un ahogado sobre el enlosado del bulevar. Así que cimbel y zumbel es lo que soy ya digo. No había matado a mi mujer pero no sería por falta de ganas sino porque ya iba para mayor y me fallaban las fuerzas. Las daifas del Kiss también se reían de mí. Lo mejor en esta vida no es el amor mercenario sino compartir el secreto de la botella de Erifos. Vaya usted por la sombra y no se le ocurra escalar algunas de las brancas del crecal que es árbol sagrado. Que hay moros en la costa y centinelas apostados entre los merlones y almenas de la muralla de Niebla que es la más importante de Andalus. Con que ya me dirás Ruibrás. El zumbel tornaba movido por la fuerza centrifuga de la cuerda a compás de los tiempos de la gran zurra. Había que ahogar las crisis de fe en la caneca de aguardiente y reírse de la opulencia de las cosas nuevas de las gentes que van en el metro mirando para la consola de su móvil y meneando con agilidad el dedito de la comunicación virtual que se mide en baremos de incomunicación física. Suena el cimbelillo de las monjas que llevan a las masas a la fantasmagoría de las redes que son las nuevas arpías de los capiteles románicos donde todo está dicho y augurado. Se nos aparecen los monstruos de dos cabezas y la mona que se muestra impúdica ostentando la gran vagina de la mandorla mística. Lo que iba a pasar en los tiempos venideros ya lo sabían los constructores de catedrales del siglo XII. Las iglesias estaban vacías pero las santas pobres mujeres seguían acudiendo a la novena. ¿Quién murió? El niño de la Exuperia.
¿A causa de la tos ferina?
Paez que sí
Llevaba el féretro un carro tirado por un tronco de corceles blancos y a Arije que caminaba detrás del cura portando la cruz alzada y cantando el entierrillo aquellos caballos le parecieron que iban trotando por los cielos nuncios del Apocalipsis.
Mientras tanto, los narcopoetas escanciaban yámbicos blancos y las poetisas se llamaban poetas desde que se popularizaron los versos perroneros de Gloria Fuertes que era bollera. Alzaron el pendón del orgullo vaginal.            rNo somos poetisas que nos llamen poetas. Hay que ver estos de la involución feminista en qué tonterías se fijan llevadas por su odio al macho y sus deseos de aniquilar la vida. Yo quise entonces cambiar el mundo mediante la palabra pero no pudo ser. Mis parientes ponían oídos de mercader o se mofaban de mis súplicas. En España escribir es un vicio y yo no era más que una pobre flor de jara, un hijo de la lluvia. El arcipreste Julito y el padre Eguillor que se torra en los infiernos ya me lo habían dicho:
▬Arije, tú nunca entrarás n el paraíso. Mala suerte, chaval. Te salió el esteatoma. Y un zaratán en los pies es para las ocasiones. Creciste en un mundo sin amor.
A pesar de todo fui por el mundo anunciando nuevas y contando cosas, navegando por mares de envidia y mediocridad. No entendían mi lenguaje por yo empleaba los subjuntivos y la consecutio temporum latina y ellos, pagados de si mismos, se creían los reyes del mango pegados a la alcachofa, y al micrófono rebuznador, verdaderos “maqueraux” de los portavoces profanadores del lenguaje de la comunicación, butanitismo informativo, cabrones con pintas. Mi tío Hans murió en Stalingrado y monta guardia en las estrellas. En noches de desolación nos comunicamos utilizando un télex particular que me conecta con la ultratumba. Escucho los tambores que anunciaron la desolación. Siento piedad por tío Hans y todos los que cayeron en aquel terrible mes de enero e 1943. Nuestro futuro se derrumbó entonces y vamos muchos dando tumbos por el mundo. Sin embargo llegaría un día de venganza. La mentira no puede durar mil años. Los serviolas de proa anuncian una noche larga en la mar. Surgen sombras a popa. Caminarás sobre el áspid y el basilisco, romperás los eslabones de las cadenas que te ataron. La nieve y la escarcha (Imbert et nix) pasarán pero no mi palabra. El Señor que es buen marinero de altura nos largará una estacha. Mientras tanto, escucho el ruido de los cerrojos que se abren y cierran en libertad. Los mueve una mano invisible. Ecos que se grabaron en la piedra de los castillos y matacanes por cuyos pasadizos yo corría en mi infancia. La piedra guarda los mensajes crípticos. Son ondas del más allá. Haplología cíclica. El pan de los mastines. Los guardias de seguridad que guardan la viña bajo el gario de oro de los cuatro dientes: justicia, fortaleza, prudencia y templanza. Todas ellas abocan a la continencia, la modestia y la abstinencia que proporcionan alegría al mal y al cuerpo buen banzo son las virtudes más importantes. Son sus contrarios el hambre, la peste y la guerra los más destructivos. Después como todo se renueva florece un tiempo distinto ex novo el abismo. Los poetas son sus heraldos pero muchos son crucificados porque no son del gusto de los tiranos que traen arrastrándose tras el carro triunfal a sus propios profetas. Dejen paso a los adoradores del Becerro de Oro. También sigue a los tiranos una cohorte de nuevos ricos, de teloneros, de periodistas comprados, y  de abogadotes rábulas picapleitos. Los globos se desinflan y se estrellan contra el asfalto del Paseo de la Castellana en medio del estruendo de palabras altisonantes altoparlantes: democracia, solidaridad, feminismo, sexo y café para todos, globalismo, derechos humanos, lucha de género que ha venido a sustituir a la lucha de clases, el euro, la Merkel, Donald Trump, la Maritere inglesa. una verdadera muta lobuna marcando el paso de los globales. Y de apoltronados en Bruselas. Ya no hay propiedad privada la gran aspiración de las clases medias merced a la corrupción sistemática de los partidos políticos que operan bajo la fórmula de “I will buy you out”. Somos unos vendidos. Estos señores nos compraron. Todo es escaparate y jactancia en este mundo sometido a la dictadura del dinero, el hedonismo y la fuerza bruta que es la fuerza de la masa. Nos dan gato por libre cantidad por calidad y eso sí grandes superficies y Black Fridies. Los gobiernos que ponen al frente son una almáciga de mediocridades, porque piensan los que mandan que los ineptos sean más corruptibles y manejables
  Una cuadrilla de negros en un banco en mitad el bulevar recién desembarcados de la patera y a las que las autoridades habían mandado para acá estaban sentados sin trabajo.  Iban pululando de acá para allá y robaban carteras a los borrachos mientras dormían descuidados sobre los bancos del bulevar la zorra suprema zupia calimocho y ginebra de garrafón mezclas explosivas. Todos -eran lo menos ocho- ocupaban un banco municipal. No tenían currele y estaban de brazos caídos porque esto no era lo que les habían dicho: esto es el paraíso.
— Venimos a España a que nos mantengan. No vamos a pegar golpe.
Acababan de aterrizar en Madrid como aquel que dice pero después de la patera ¿Qué? ¡Pobrecillos! A matar o a robar o hacerse el culo de una puta vieja.
— Pues ninguna lástima te han de dar, Arije — solía decir mi novia Etsi
 En ese caso estaríamos hablando de turismo sexual o de un nuevo tipo migratorio. Me daban un poco lastima, la verdad. Este país fue cruce de razas y empalme de fronteras. La esbeltez de las nubias contrasta con las abotagados rostros ecuatorianos de piel cobriza que parecen mismamente corchos de botella con perdón pues así tienen el talle y cara de buenas personas casi todos estos ecuatorianos inditos que a mí no me molestan. Madrid ya no es rompeolas de las españas sino el abra donde convergen todos los mares del mundo. ¿Esto es malo o bueno? Yo que sé. Al principio nos preocupábamos y decíamos pero esto ya no puede ser. Venida la pella, y como no los puedes vencer, únete a ellos, sálvese el que pueda. A la España de mis amores no lo conoce ni la madre que lo parió. Además, estos encastes transandinos y subsahariano pueden mejorar la raza hasta el punto de perder nuestra identidad pero nada podemos hacer.
Entré en el bar Tera. Zamora no se gana en una hora. La Abamita estaba de muy mala leche. Manolo su marido hecho un brazo de mar al igual que Domingo y Analecto los camareros. Todos son hermanos de por ahí de la raya de allá donde el Duero se va a cantar fados a Portugal.  Hablan medio gallego y su parlar guardaba desinencias troncales del frontón de la gaita zamorana. El establecimiento me recordaba a mí viejos cantares de la ronda sanabresa. Buena gente. Entre pecho y espalda me metía mis dos buenas botellas de peleón alguna vez clarete y me ponía a cantar el quien dirá que no son cinco tres de blanco y dos de tinto — esto de los restoranes familiares que a mí me van: plato del día y tercio de vino con gaseosa, aunque ya van quedando menos en Madrid —es lo mejor que tiene esta ciudad.  Día  sí y otro no,  cocido maragato con su compango, chorizo de bola y todo bien regado con tintorro de la frasca y ahí me las den todas. Arije se había sentado en la mesa de enfrente. No hablaba. Estaba cetrino. Sentí como un mal barrunto el aleteo de un cuervo. El aliento de una mala sombra se esparcía por las techumbres del establecimiento, las sillas parecía que empezaban a moverse. Yo juraría que Arije un viudo jubilado que come todos los días a la misma hora, una y media, sentía que yo había detectado algo del tenor de su gafancia. Pero no te apures le dije. Si eres gafe todo se soluciona menos la muerte. Por lo menos has tenido suerte. Las parcas se han llevado a tu mujer (qué buena era, lo dicen todos, aunque en el fondo todos sentimos una cierta envidia a los viudos de pata negra) y a ti no te vamos a ver en danza por la sección de suceso de los periódicos pues hoy es muy habitual que los jubilados pensionistas se lleven por delante a la parienta. No te quejes, Arije, chico. Eres un suertudo. En Madrid soltero y con dinero Baden- Baden te lo digo yo échate una novia una de esas rusas de cuerpos macarrón o esas rumanas fetén con ojos eslavos de aguamarina y a vivir que son dos días y déjame de mirar con esos ojos de buey que se me atraganta la sopa. Oye y no engordes mucho cuídate. Mis amonestaciones no servían para nada. Mi comensal era victima de una de esas ligaduras misteriosas o lo que los italianos denominan la jettatura. Deja de ser el hilo conductor de toda esa trama maléfica, hazte con las riendas del mundo, domínate a ti mismo. Tener tan elevados pensamientos en el preciso instante en que uno se zampa un cocido de garbanzos y mientras Domingo bajaba por la escalera de caracol con la bandeja no es que sea muy edificante. Primum vivere deinde philophare pero yo soy capaz de hacer las dos cosas a la vez. A Alfredo Mirlo se le había muerto su mujer Brontea haría un par de meses y a la legua se notaba que era uno de esos individuos que no pueden estar solos porque le falla una cromosoma de la falta de emotividad. El buey suelto bien se lama. Había sido un marido dominante y posesivo que había dado mala vida a su señora y si no la tuvo atada a la pata la cama allá que se iba pero ahora todo eran lagrimas duelos y quebrantos por ella. Como Brontea malparió una hija le nació tonta y se la llevaron a Quitapesares un preventorio psiquiátrico. Esa era otra. Pero ¿tu eres mi hermano Gumersindo di? Nos han ocurrido cosas terribles. Cuando te encuentro por el camino siempre me ocurre una desgracia.
—No digas sandeces, Fabiniano.
Pocas veces le había escuchado llamarme por mi nombre pero aquella vez su llamada sonó apelativa y tierna transmitiendo en su inflexión ciertas querencias de la infancia olvidada. Se sintió generoso y luego le invitó a absenta después de comer. A la salida del zamorano cada uno de los dos hermanos tiró para su lado el uno para la derecha y el otro por la izquierda.  Cuídate y no te apures. Todo eso que pasó ya pasó y habrá que echarlo en el olvido. Si no fueras tan gafe, te llamaría de vez en cuando pero la gafancia no se cura... y. Tocó madera. Había una papelera de bambú en las escalerillas del metro y la rozó con la mano izquierda. Estoy seguro de que Fabiniano ya me ha pasado la galerna. Era como si en el alma me hubieran sacudid un linternazo. Un ventalle de perdición, hijo mío. Yo soy Baruj Arije y no se por que me pusieron Baruj ni cual es la raíz del arije. Seguro que es un nombre moro. Recordó a Malitva una hermana que había fallecido de cáncer de tiroides. La salieron unos bultos en el cuello y se le inflamaron como cuévanos las cuencas oculares. Era muy guapa y rubia y de la noche a la mañana perdió el pelo. Se puso monstruosa. Ella también era una Arije. Vivió poco tiempo: treinta y cinco años. Dicen que lo del tiroides la vino en el sobreparto al tener el primer hijo o fue el marido que era un pirata y un moro en el mal sentido de la palabra. Pobre hermanita.
No tenemos mucha suerte los de la familia. Avanzamos por la vida con la cargazón de la culpa. Pagamos por los pecados de otros. Somos del pueblo elegido. Elegidos sí para sufrir. La cosa no es para tomárselo a broma pero yo suelo hacer de tripas corazón. Le saco partido a la vida. Buen yantar buenos vinos buenas mujeres alguna que otra si se tercia y sobre todo buenos libros y buen tabaco. Me he fumado lo mejor de Vuelta abajo me he bebido cubetes enteros de Vega Sicilia. He amado la literatura profesión que nos inmortaliza y no fenece. Que grande eres, Dios de Israel. Como cuidas de nosotros aunque a veces nos mandes castigo. Será que nos lo merecemos. Hemos siempre de estar preparados y ser congruentes con nosotros mismos para cuando sople el viento de perdición que extinga la llama de todos los cirios. Otros tienen oscuridad pero los Arijes vamos por la vida destellando rayos lumínicos. ¿Será eso por lo que el profeta nos define como Vas electionis? ¿Será eso por lo que me pusieron al nacer Baruj?
Y entretenido en estos pensamientos místicos deambuló por la ciudad. La Avenida de la reina Madre le condujo hasta un barrio lejano que casi desconocía donde todos hablaban cheli de los  bajos instintos. Es un Madrid que me daba cien patadas sobre todo cuando esos majos se descuelgan de repente con una parrafada que parece un chotis y muy enviserados y chulaponas se van a bailar a la Verbena de la Paloma sobre un lauril en “La Bombilla”. Todo eso es falso. Esa zona de la ciudad tan mitificada por Ramón es un pufo que la etnología nos ha metido. Áspero y bronco Madrid. Mucho Madrid. Es como arrancarse por peteneras y darle una buena soba a Yoquecojones Nesti para los amigos el chamarilero de los libros de lances por bocazas. Lleva visera de los de los legítimos y se enfunda el blusón de menestral. Pero lo perdonó. “ese seguro que reventará cualquier día como el lagarto de Jaén sin que nadie le siente las costuras y le haya partido la boca por mentar a mi madre, que se muera. Madrid era una ciudad fantasma. Quebraban albores. En el Paseo del Prado al bueno de Baruj el peripatético le salieron unas damas al encuentro hablando en suahili. Todas eran pigmeas la piel negra pero todas ellas vestida de blanco. Sólo sabían una frase en castellano la de la quinta pregunta:
— Chupaaa.... folláaaaa
—Bueno, bueno niñas qué cosas tenéis. Dejadme en paz. Yo tengo otras preocupaciones. Ale, ale, a casita que llueve.
Pero cuanto más les amonestaba mas se le arrimaban las pigmeas. Se llevó la mano a la cartera. Estas prendas vienen por algo. Tuvo que ponerse serio Arije y sacar la  poderosa cabritera de muelle que llevaba en bolsillo. Al ver la de Albacete se espantó toda la bandada y lo dejaron tranquilo. En sus cavilaciones se le había pasado la noche y tuvo que esperar barzoneando hasta que abrieran el primer metro. De noche la ciudad resulta casi una desconocida otro dibujo otra alma y otra vida pero él había sido un noctívago dado al trasnoche y amaba las madrugadas sobre todo las amanecidas aldeanas cuando se escucha a los gallos quebrar albores. A las cinco de la mañana todo parecía que despertaba y poco a poco se notaba un aire de actividad y de currele. Tenía frío. Era lunes santo y ya se notaba la proximidad de la primavera. Se escuchaban cantar los pájaros en las frondas del Retiro. Toda aquella huida de Arije de su propio laberinto y de su castillo interior a la negrura de la noche tenía una explicación. Se había pasado la tarde entre bostezo y bostezo haciendo zapping por televisión hojeando a rastras insustanciales periódicos y suplementos dominicales subidos de color y de desnudeces pero entecos de ideas. Para él estaba visto que la belleza no estaba plasmada meramente en el felpudo de la modelo exuberante que por una vez se retrasa mostrando sus líneas. Para él la belleza era la filocalía. No estaba en torsos ni en senos flotantes sino en la belleza interior. Una mirada una palabra amable una risa feliz una canción de quintos. Los nuevos periodistas explicaban a sus lectores a lo largo de una serie de reportaje su pan comido: ha nacido, señores, una nueva religión. Ahora todos somos laicos. Los gimnasios habían sustituido a las capillas en su misión soteriológica. Era el síndrome de la catedral vacía de fieles y llena de turistas. La descristianización progresiva, los largos puentes de fin de semana. El alzamiento de pesas. La barra fija. La bicicleta estática y otras calistenias. La gordura es un pecado mortal y el peor diablo el de la grasa. Los flamines del tercer nivel habían sustituido a los curas y a los obispos. Echaron el cierre las rejillas de los confesonarios, derribaron pulpitos y ambones, el purgatorio no existe y el infierno fue una fabula que se inventó el Dante así que hemos instaurado la religión nueva. Todo cambió. Acababa de hacer explosión el coche bomba en Leganés. Le daban escalofríos de pensarlo. Aquel piso que saltó por los aires entre suras a Alá y la muerte de un geo. Dios aparta de mí este cáliz. Líbranos de la peste y la guerra. Era buena persona en realidad Arije. Le tocó vivir un tiempo difícil a lo mejor la culpa la tendría su hermano el gafe o que un resorte había fallado. Estaban sin embargo cumpliéndose los designios que había ido desparramando a lo largo de su obra anepigráfica.
—Tío, eres todo un baluarte
—Pero carezco de antivirus
—Que va. Lo que pasa es que estas apoltronado hecho un oso buco. Has de caminar más. Pasas las horas muertas ante la cuartilla blanca. Eternidades de ordenador. Pero ve lo que aguardabas se ha cumplido. Has logrado tus sueños. Tú sabes. Tú puedes.
—Ya lo sé.
Había que quitarse el sombrero. Arije no había fallado un punto en sus vaticinios. Ya lo sé que te has pasado tres pueblos que vives en otro mundo pero que se le va a hacer. Sonreías a los insultos. Eres un cobarde y encima te quejas.


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