MI AMIGO GUMERSINDO ARIJE
A
Arije me lo encuentro todos los días yendo y viniendo por los bulevares de la
Reina Madre allí donde hay una clínica que fue hospital de sangre para todos
los soldaditos de nuestras guerras africanas. Aparece en imagen una enfermera
de bronce que atiende compasiva a un cabo de infantería, herido de bala,
abierta la sahariana con los ojos turnios agonizantes. Del pecho se escapa un
chorro de sangre. Mi amigo quedaba conmovido al contemplar la estatua. Tarde de
mayo dolor de España horas sin amor. Auras de juventud. Esta zona de la capital
me recuerda los tiempos de estudiante, la parada del F, el autobús que nos
llevaba a la facultad, casa de ladrillo rojo. El cobrador era un gallego rubio
uniforme gris como de presidiario y una visera-bonete con un guarismo de
registro, por cima de la visera, picaba con gesto indolente los pases que eran
veinte números desparramados en cada uno de los cuatro ángulos sobre un cartón
blanco. Se sacaban estos itinerarios en la taquilla de la empresa municipal o
en cualquier estanco por un duro. Nos vamos a Orense. Tira, Manolo. el trolebús arrancaba. No va más. Billetes
por favor. Muchos se colaban. Al gallego le veía yo todos los miércoles al
bajar a la clase de prima cuando tocaba latín con el profesor Mariner, un
catalán clásico emblema de la sabiduría y perfil romano. Aparecía sentado en su
telonio como un buda mirando alegremente para la juventud divino tesoro que
nunca vuelve. Una vez me tocó detrás de una monja concepcionista que arrimaba
el culo arrecachado. Yo, por mi parte, acercaba el material. Hambre sexual de
los sesenta. Mi amigo Molina malignamente me hablaba del placer que suponía a
los milicianos invadir los conventos y forzar a la madre superiora. Muchas
daban gracias al cielo sin importarles mucho ser mártires victimas de las
sacrílegas turbas. Aquella zona estaba en los límites de la glorieta donde
había un cine grande en que veíamos películas de espías alemanes y un bailongo
en los bajos. Sara Montiel acudía a una famosa cafetería del primer piso y se
la veía muchas tardes mirando por la cristalería del ventanal mostrando sus
torneadas rodillas de rolliza manchega que por aquellos días eran una inducción
al pecado mortal. Estaba cantando el ultimo cuplé y la canción “fumando espero”.
Por las noches en las campas circulaban por los solares del Canalillo
mujercillas de virtud incierta. Este ajetreo ya pasaba en los tiempos de
Galdós. Una paja una peseta; un polvo con goma un duro. Frenética actividad meretriz se condensaba en
la trasera del Gran Hospital cuando los amaneceres sabían a leche condensada. Y
es que Eros y Tanatos son Castor y Póllux subidos al mismo caballo. Compañeros
de viaje. En la mili te daban bromuro y a lo mejor el tiro de un moro a los que
hicimos el sorteo y nos tocó en África.
Él vendrá a separar a los buenos y a los malos. Apacentará a sus
fieles corderos y derramará la sangre de los cabrones y cabritos. Porque Él es
el maestro de Justicia. Pasaron las pascuas nochebuena tranquila y recatada en
el herrén y reanudo yo Arije mis prosas peripatéticas por el bulevar de Reina
Victoria tratando de levigar aquellos recuerdos separando el grano de la paja
de mi juventud. He oído las palabras de San Esteban el primer mártir que
exclamaba mirando al firmamento "Satis
est vixisse" y así subió a los cielos. Los viejos de la Inter no creen
en esta frase porque lo único que les preocupa es llegar a los cien años a
fuerza de hierbas cordiales y de visitas a los galenos matasanos. Mejor no ir
porque te mira el Esteban y te dice que tienes un cáncer y hay que contestarle
" sea lo que Dios quiera. Viva la gallina con su pepita". Quieren
acabar con los septuagenarios de la patria. Roban en el banco, les copian las
tarjetas. el latrocinio y la protervia habita entre nosotros. Veo la cara
alargada, de espátula, sus guiños diabólicos, del doctor Muerte que mira para
los pacientes con ojos cancerosos. Andan los pobres viejos solitarios con la
oreja pegada a la radio de la Inter en un furor encaramado angustiados por
tener vida larga. Cimbel y zumbel de las tardes sarcásticas sin amor el cuerpo
doliente huyendo de ladrones y asesinos. Fumando espero, cazador cazado solo a
vueltas con mi conciencia y los recuerdos. Le hago un corte de manga a la red,
me entrego a la oración que es reclamo, expiación, adoración, arrepentimiento y
esperanza. Me gusta la liturgia romana en latín con algo del rito ambrosiano y
muzárabe. En contrapartida la mejor liturgia es la polifónica rusa. Internet me
sirvió de alfombra mágica para ir a la misa de Nochebuena en el Kremlin que ya
es decir pero las cosas cambian. Oficiaba el patriarca Cirilo la misa de
pascua.
Tengo fuertes palpitaciones
y las negras ideas se apodaran de mí. Las combato rosario en mano. Hay que
poner lastre a los malos pensamientos pues la imaginación hace burbujas y se
tira pedos, remuerde por los desvaríos de cuando entonces y, según los ascetas,
es la loca de la casa.
—¿Viste u oiste el espich
que nos largó don Felipe?
—No me dio la gana. Al verle
tan insulso y tan poco espíritu se me atragantó el turrón. Para mí el único rey
que vale es el la baraja. La monarquía viene del mono y en España siempre
tuvimos a los borbones una desgracia simiesca. Borrón y cuenta nueva.
Crecen los días y suenan por algún rincón del cielo rondas
sanabresas, canciones toresanas, ataruxos galaicos, espantadazas del paloteo
vasco, cobras catalanas y tamboreadas navarras al son del chistu, juntamente
con tonadas asturianas. Arije tenía una visión muy folklórica y así le iba.
Estaba fuera de lugar. Le rodeaban las maniobras en la red de la incomunicación
digital la gente enviando guasaps dándole al dedito a mogollón. Todos dicen que
el diablo no canta aunque sabe mover el esqueleto. Dios te libre de las lenguas
de dos filos y de los sermones del padre Ricci, el que destapó la olla de la
tapa de los infiernos y allí vivimos cómo se cocían una recella de obispos y
pontífices máximos traían en la mano un libro del Dante. Satanás los pinchaba
con un gario de cuatro dientes en las posaderas. Iban desnudos pero se conocía
que no les había dado tiempo a quitarse la mitra de la cabeza. Sus cabalgadas
por las calderas de Pedro Botero eran un auto lardivo.
—No puede ser
—Porque tú lo digas
En el altar mayor de la catedral de Luzbel que es una zahúrda de
Plutón el infierno es una casa de acogida alcancé a ver yo a un mitrado muy
albardado de casullas, roquetes y manipulos que daba la bienvenida a los
colegas recién llegados con una plática en la cual les decía que estaban en la
casa donde no se come ni se bebe y de donde no se sale nunca. La cueva de los
castigos infernales estaba debajo de una gran acacia que crecía en el bulevar. Analecto
de vez en cuando les bajaba un bocadillo con carne de serpiente y cañas de
aceite de ricino ración de patatas bravas envenenadas, arenques y pollas en
vinagre.
Un fraile se sentaba también como la madre lo parió pero ostentando
la tonsura y la cogulla sobre un sillón de nogal aforrado de guadamecí. Gritaba
y se arrancaba todos los pelos de la barba. Decía ay de mí en la hora que nací.
Su cara la estaba pintando el Bosco en uno de sus cuadros. Junto al
departamento episcopal estaba la sección de los periodistas que eran
incontables los que estaban allá pero su número era superado por el de los
abogados y los rábulas espolistas en pelo malo. La leva de políticos era tan
larga que ni te cuento: Trump con su trompa elefantina diciendo que aquella
noche era la navidad y no se iría de picos pardos, la Merkel en minifalda,
Máchele Obama moviendo el trasero sandungo, Teresa May una flor de mayo que devoraba
carnicera a los mosquitos del Brexit, Juncker el padre de la masonería europea
tocado de yamulka y enseñando las filacterias de rabino bajo el traje sastre,
Rajoy mirando para el tendido en la silla de don Tancredo fumando espero, Putin
como un zar de la kagebé montando a caballo y disparando misiles, Netanyahu con
cara de sacamantecas, Bergoglio mirando torvo para la costanera y abriendo la
puerta de la iglesia al enemigo. Traidor y mal ostiario, Berlusconi con gesto
burlesco una cohorte de odaliscas en su palacio y no sigo la lista porque la
perversidad infinita se había apoderado de los dirigentes del globo terráqueo.
A las soflamas de los diablos y a los palos respondían los condenados con
frases hechas:
▬Con tanto malvado como hay en el mundo no se coge. Sacadnos de
aquí. Estamos hartos de penar y sufrir.
Al grito de auxilio acudía el infernal demandadero y les daba la
vuelta a la parrilla para que se torrasen un poco más como san Lorenzo.
No había en el infierno aliviaderos pues allí no se come ni se bebe
ni se mea ni se caga, todo es penar y crujir de dientes, y para siempre. Para
siempre. en medio de esta algarabía de voces y gritos y blasfemias se escuchaba
el barboteo de las perolas donde cocían sus cuerpos, calderas de pez y aceite
hirviendo. la atmósfera era salobre y sobrecargada de un hedor mefítico. Los
fámulos del Pateta se apresuraban a torturar a los predichos con esmero y
diligencia cumpliendo las órdenes de Lucifer de manera implacable. en aquella
alcaicería del furor los que gritaban fueron sepultados en una montaña de cal
viva:
— ¿No estábamos redimidos
por la Preciosísima Sangre? ¿No pedimos confesión en la hora de la muerte? ▬ lloraba un cardenal de la curia el
proxeneta que dio protección a Raspín aquel extremeño que arrimaba las putas al
colegio cardenalicio?
—Penen los rufianes y
tengan su merecido.
A las quejas del purpurado respondió el gran esbirro con un
tizonazo en sus partes pudendas donde tanto duele.
Atollite portas antiquas abran la cancela pero las puertas de
Jerusalén estaban cerradas. La ciudad santa había sido bombardeada por tres
misiles nucleares. me quedé pasmado ante aquel cuadro de destrucción masiva.
Alligieri Dante me señaló a res prelados de blanco que la impostura glorificó
como santos y estaban en cambio sumidos en la gehena. Eran Pablo, Juan y
Wojtyla. Aturdido por la gritería y el espanto pasmado de las blasfemias vi
cómo el Analecto el mancebo de la tasca Julifer también lo llamaban el Bar la
Puñalada el lugar donde y acudí displicente a la hora del café probo
funcionario de un cuerpo a extinguir por la Constitución bajaba con los
refrescos para refrescar a los sedientos praditos con frascas de vino perronero
que los españoles juramos en Santa Gadea acariciando la pata del Cid Dios que
buen vasallo si hubiese buen señor nuestras mesnadas fueron traicionados por
Bellido Dolfos y don Opas asomaba la gaita por Punta Umbría era el enalgramado
que traicionó nuestra estirpe y se acercaba siniestro a los montes de Peñalara.
Alfolí de los vicios y varadero del mar de maldades era aquel aposento que yo
columbraba.
—¿Qué dices Etsi?
—Yo no digo nada. Lo tuyo
no tiene solución. Me dejaste abandonada para irte con otra.
Le dije que había navegado en galeras remando contracorriente con
toda la canalla de un barco que iba a ninguna parte y ahora me esperaba aquella
tronera porque de seguro que yo también era un malvado al que Queronte
justiciero aguarda. Tras un infierno en vida me esperaba otro en muerte. Es el
fin; me arrojarán a la trena donde no se come ni se bebe ni se caga ni se mea
durante toda una eternidad. Sicio. Tengo sed. Un verdugo mojó mis labios con
esponja de vinagre y el Analecto diome a
beber un potingue de cerveza calamocha mezclada con zumo de rabo de culebra.
—No es justo —lamentabase Gumersindo Manahén Arije ▬ que
en las zahúrdas de Plutón nos den carena. Don Francisco de Quevedo el profeta
lo había pronosticado. Él tuvo también esta visión. Se ha torcido mi destino
cual tibia de alcazuz que cruje entre las mandíbulas del quebrantahuesos. En
aquel instante un sacre altanero que se desbandó vino a posar sobre la copa de
uno de los tilos de la avenida, al instante en que circulaba un 45 de la línea
de autobuses urbanas. El vehículo recibió una gran cagada en el parabrisas
mientras los palomos cojos caminaban, señoriles, recitando plegarias por el
bordillo sin hacer caso del buitre que desde arriba los echaba el ojo. Ellos a
lo suyo a picotear cáscaras de altramuces y pipas que tiraban las niñeras cortejadas
sobre los bancos por militares sin graduación. Un cabo de la Base Mixta se
arrancó con una copla: "La viuda rica que con un ojo llora y otro repica,
la hija recogida y nunca consentida porque del ocio nace el negocio".
Gumersindo odiaba a las palomas urbanas que echaban a perder las
aceras de la ciudad con sus deyecciones. Bajaban los viandantes saltando entre
las bostas de palomizo y perrizo porque la población canina igualaba casi en
número a los siete millones de habitantes que tenía Madrid
La
escena del cabo moribundo de bronce en manos de la enfermera me recordaba a mis
compañeros del tabor de regulares cando serví a la patria; aun sabiendo que
esto hoy no se lleva Arije se sentía muy ufano de haber hecho la mili en
regulares y cantar por lo bajini aquello de soldado estoy de España y estoy en
el cuartel contento y orgulloso de haber sentado plaza en él. Florence
Nightingale habita entre nosotros y si no hubiese sido por estas enfermeras que
son monjas laicas y a su vez matronas y madrinas de guerra que dieron su vida
por España hubieran muerto solos como los perros en algún blocao de Xauen o de
Dar Akoba nuestros queridos soldaditos llenos de valor. Eso se supone. ¡Bah! no
me quiero poner sentimental. Canta la coruja en la rama del roble. Ya están
llamando. Vuelvo sobre mis pasos a desandar lo andado. Enrollo el cordel y el
zumbel de la memoria empieza a moverse sobre el firme del bulevar. Camino solo
ladera abajo con mis pesadumbres. No es que quiera mucho a los moros. Les
comprendo. Son algo testarudos, muy orgullosos. Respeto sus lilailas pero yo me
quedo con los salmos. No va a ser cosa de cargar las tintas y aljamiarse y
renegar de la fe de Cristo como hacen algunos.
Conozco
a los musulmanes y ellos creo que me conocen a mí pero ni tanto ni tan calvo.
No lo puedo remediar. Dicen que es un
pecado matar en el nombre de dios pero la biblia es un libro de hazañas bélicas
con resabios porno y yo marcho a rebalgas perseguido por mi sombra por Reina
Victoria. Debo parecer un paracaidista inglés desfilando por Buckingham Palace
en la parada del Trooping of the Colour.
El día del santo de la reina que acontece en London en el bello día de junio.
Me dicen los ingleses que, como su Majestad le da que se las pela al zumo
destilado del enebro con gaseosa, no se le acabará el carrete en mucho tiempo.
La reina madre vivió 102 y ella puede que se plante en los 115. Así que el
heredero, al que llaman el Orejas, el que soñaba con convertirse en tampón
higiénico (coño qué metáfora) de doña Camila la mujer del alabardero, para
verla más de cerca, lo tiene claro.
Tengo
una gran colección de arabismos que exornan (palabras que empiezan con el
artículo al) nuestros diccionarios pero de niño sobre la cabecera de mi cama de
madera había un cromo de la batalla de Clavijo en el que el artista pintaba
torpemente la figura de Analectoago Matamoros alzando su espada sobre un
caballo tordo. Derribados y bajo los cascos del caballo del apóstol aparecen unos
cuantos turbantes pidiendo árnica. Siempre me impresionaron los rostros
desencajados de esos agarenos que el pintor rural quiso que fueran negros o
medio mulatos, de modo que sus pelambres contrastan con las barbas y melenas de
un blondo y triunfal Hijo del Trueno que para eso fue patrón de los godos
durante siglos hasta que llegó la monja
andariega, madre de los conversos. Ya que buen trabajo le costó a Francisco de
Quevedo defender su auspicio castizo de España por San Jacobo dándose de cuchilladas
con el de los cristianos nuevos, que defendían a santa Teresa en el
compatronato, y bajarle a Boanerges de su pedestal glorioso, al grito de Analectoago
cierra España. Estábamos trazando rayas en el aire, queríamos arar surcos en la
mar. Nos falta a los españoles voluntad colectiva, por eso somos un país de
conversos, desdichados y a media hacer enchufado a las veleidades de una monja
andariega e inquieta que podía ser precisamente la que me arrimaba las nalgas
en el trolebús a mí, deseando ser traspasada por el rayo místico. Quiero que me
penetren. Voglio una donna.
Apañados
y apretujados íbamos aquellos estudiantes sardinas en lata del futuro. Nos
hemos olvidado del caballo blanco de Analectoago. Por estos tesos pululan los
curas libidinosos, las monjas que se dan a la fornicación y ansían ser
penetradas por el dardo divino.
Yo por
lo menos le prefiero a la Mística Doctora que, según revelan ciertos
documentos, se acostaba con el padre Gracián. Así que aun entonces ya yo bajaba
letra herido por la cuesta de Reina Victoria, sin saber qué hacer, por dónde
tirar, inhalando el humo salutífero de mi cachimba, fracasado de mujeres,
barruntando cielos color mortal y rosa y el odio católico de los neos,
enfrascado en tan tristes pensamientos, acordándome de la Reina Madre que vivió
más de cien años dándole al gintonic. La madre que la parió. Chinchín.
Bríndenos a vuestra salud. La endrina es baya milagrera. Alarga los años. Es el
antídoto contra la lucha de clases. El pan candeal se amasa con la harina del trigo
trujillo. Aquí cada cual propende a llevar el agua a su molino y dejar seco el
de su vecino y habla despacín no nos oya
el mío vecin que diz en la Asturias galana. Do va la mar vayan las ondas.
Que allá darás rayo en ca Tamayo. Conviene esperar a que pase todo esto porque
cuando Dios lo quiere, todos los aires llueven. Mayo mangonero, pon la rueca en
el humero. Pedrada cantada, nunca ganada. El que calla piedras apaña. Piedra
sin agua no aguza en la fragua. A piedra movediza el moho no cobija, y metimos
un ratón papal en nuestro granero y se hizo amo del cillero. Palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Al
buen callar llaman Sancho, y entretanto llevaré este canto. Non lu quieru non lu quiero pero échelo
vosté al puchero. Dádivas quebrantan peñas. Los refranes eran para mi
personaje un consuelo y éste en concreto le retrotraía a Arije a London
mientras esperaba a una novia que no fue. Le dijo que tenía la nariz muy
grande. La esperaba en el salón cortinas rojas en la ventana y un viejo sofá
comprado en cantando con voz solemne de barítono dedicando versos a la
maritornes del Julifer que le decía que Zamora no se gana en una hora. “Yo soy
casada gilipuertas”.
El Analecto
se descojonaba. La Leo no le hacía caso pero había una vinotera al lado, para
su consuelo; compraba dos botellas y se las chiscaba gluglú en un banco del
bulevar cerca de la floristería abandonada. El vendedor de rosas había matado a
la mujer y fue a la cárcel. Su chiscón abandonado era el refugio nocturno de
los vagabundos del Este que trampeaban por la avenida. Que al as de oros no lo
juegan bobos. La floristería era una vecera de cerdos humanoides. Huélgame un
poco, mas hilo mi copo. No hay bronce que años tenga mas de once ni mas lana
que saber que no hay mañana. Leña de romero y pan de panadera la bordonería
entera. Chimenea y huerto y un hogar do calentar las posaderas, el sueño del
pícaro y del rufián. Todos vamos a donde dan. Campanas de mi aldea tilín tilán.
Aldeana es la gallina pero comenla en Sevilla y viva la gallina con su pepita.
Dentro de la concha está la perla para quien sepa verla. Añoso luchador el pino
de Formentor. Do no valen cuñas aprovechan uñas. Guárdate del viento acanalado
y del hombre mal barbado que porta en la cara las siete señas del hideputa (el
signo más conspicuo: la barba en parroquias como el Coletas), al loco y al aire
calle. La sangre se hereda y el vicio se apega. Soplar y sorber juntos no puede
ser. Me deslizaba al esconce de la floristería después de estas subidas y
bajadas, ▬cuando perdía el último autobús a causa de su afición al pimple y no
podía regresar a su hogar, así que quedaba a dormir en la leonera de los
vagabundos▬ por los colmados alcohólicos, veía venir a las marimantas. Los días
que atardecía sereno tomaba el 623 y se refugiaba en su casa, aquel chiscón que
había comprado con sus ahorros en Majadahonda. Seguía escribiendo al dictado de
la botella porque para él la escritura era una purificación una catarsis para
un tiempo en el cual la poesía había muerto. Quien bestia va a Roma de allá bestia
torna. En el camino a muchos se les estropee el botijo, digo la sítula. Luego
vienen los grandes pecados capitales de nuestro pueblo: ira, gula, lujuria,
soberbia, homicidios, omecillos, robos, desfalcos, temeridades, contumelia,
bandos, disensiones, mecachis en la mar. Acaso el proel de los vicios sea la
protervia que la soberbia reconcentrada y la obstinación en el mal son
licencias que marchan delante. Mascarón de proa de la vida nacional. De la
cantidad de nuestra dura mater depende el pensamiento. Los hombres con cabeza
pequeña tienen parvo entendimiento. Porque el viento gordo genera craso
intelecto y yo estoy demasiado gordo, padezco de crasitud mórbida. Así, como
los naranjos que portan poca médula y cáscara canteruda, me aflije a mi la
mucha cáscara y escaso pipo, debe de ser porque estoy enfermo del alma. Mi
madre y todas las mujeres que he conocido me lo dijeron “eres parvo, Gumersindo
Arije”. mi amigo Manahén Enalgramado, que es un traidor, no piensa lo mismo, tú
vales mucho, chico, lo que ocurre es que te minusvalora y por eso echaste tu
vida a rodar. A Manahén le gusta dar coba. Aunque el poder cognoscitivo de las
potencias del alma acaso se mayor de lo que se cree. Son poderosos los mastines
con carlanca y olfatean el aire los podencos, eso me pasa a mí cuando veo a una
persona por primera vez que le calo y sé de qué va y por donde va a salir.
En el
Kiss bailaba la bacante Micaela. Había algo divino, un halo superior en aquella
negra. Parecía una sacerdotisa de Venus
color ébano pero el diablo, que siempre anda por Cantillana, movía la lengua y
le hacía pronunciar cosas extrañas en diversas lenguas. Yo salía renovado de
aquel cuchitril de paredes rojas color vino de la calle la Ballesta. En Gran Vía
un argelino me quitó la cartera y anduve tiempos metido en pleitos de la mano
de rábulas vocingleros extorsionistas que querían demostrar que mis ojos grises
eran negros. Este es un mundo ovil con muchos recovecos. En Madrid siempre
cazan ratas al amanecer. El remedio contra esta carrera de ratas son los cuatro
espíritus vitales de los romanos: Tracrix, Retentrix, Conmotrix y Expultrix.
Según
Roma, la tribulación aguza la inteligencia y la alegría hace bajar la guardia a
los humanos. Para los talmudistas es un error imperdonable ir de bueno por el
mundo.
Estaba
Analecto el del Julifer, el bar de la esquina, hecho un brazo de mar en su
telonio despachando cañas de cerveza y mirando de reojo. Zamora no se ganó en
una hora. Qué va a ser... lo de siempre. Ya no vas al Kiss. Qué es el Kiss
preguntó un cliente con pinta de guardia civil franco de servicio y dijo Analecto
un puticlú y yo dije ya no me vaga estoy jubilata soy un cabo pieza al que se
le jodio el goniómetro y el Analecto que aquel día se había levantado con el
pie torcido se cachondeaba de mí ante el secreta. Además repuse lo cerraron
desde que mataron a Manolo Cantalejano. Creo que fue la mafia rusa y Analecto
corroboró:
—Je a
éste cualquier día le colocamos las pulseras
y lo llevamos a la comandancia. Lo malo es que tiene las muñecas gordas.
El Analecto
era un suma y sigue de su hermanan Abamita a la cual le gustaba faltarme al
respeto cuando subía a tomar café de las mañanas del tiempo que se fue. Por sus
interferencias la hubiese dado yo una en los morros pero no valía la pena. Hay
que resistir cuando la gente pide bronca y poner en practica el consejo de mi
abuelo que era de la Benemérita “paso corto, vista larga; ojo al cristo que es
de plata y ojos de halcón diente de lobo y hacerse el bobo”. Abamita era una verdadera
Euménide. Yo me pregunto qué es lo que habré hecho yo pobre funcionario sin
mando en plaza, marinero de tercera para caer mal a la gente. Debe de ser mi
gordura mórbida que les asusta pero de mozo cuando vivía en London era cenceño,
tenía buena facha, me acostaba con mujeres que no eran de pago, y feliz. En el
Kiss una sacerdotisa de Venus echaba las
cartas, dominaba la guija, vaticinaba el porvenir como la mejor veedora de
Galicia aunque ella era andaluza; decían las compañeras que aprendió las artes
mágicas en el Vaticano en su calidad de primera daifa de los cardenales de la
curia, hizo una prognosis terrible de mi condición psicológica y sexual:
— Tú
tienes madera de asesino en serie.
—
¿Quién yo?
—Sí,
tú. No te hagas el longuis
—¿Por
qué?
▬Buscas
el trato torpe con mujeres públicas. Eres algo seductor y encantador de
serpientes pero insensible al dolor ajeno. Hundes tus fauces en el légamo del
egoísmo. Tienes los pies planos y me da que eres algo impotente. Esto de la
impotencia de don Juvenal fue corroborado por el sanabrés que poseía buen ojo
clínico para tales alicientes
El
camarero sanabrés pronunciaba su diagnóstico de manera contundente. Seguramente
había leído a Freud. No. Eso imposible: Analecto era de los que jamás han leído
un libro. Esos españoles que pertenecen a un país en el que menos se lee y más
se publica. Vanidad de vanidades. Me quedé de un aire. Ser gordo en España y
atiborrarse de lecturas, mala cosa. Pero nunca pondréis, malditos, bozal al
buey que trilla. La Leo nos miraba desde el alguarín de sus premisas una cocina
de metro cuadrado, verdadero banderín de enganche de potas y perolas, donde
fregoteaba con sorna y empezó a decir sandeces y blasfemias contra mí. Y yo no
cesaba de decir para mi camisa santo dios por qué le caeré tan mal a la gente.
Arije, espabila. No merece perder el tiempo hablando con esta gente. Juvenal,
que jugaba al tute con los jubilados, me guiñó un ojo desde el taburete donde
echaba la partida:
—
Calma no hagas caso a esa bruja.
Pese a
las impertinencias y humillaciones, estaba yo allí todos los días a la hora el
cafetín. Me atraía el abismo. Templanza. Moderación. Circunspección y voto de
silencio. Todo menos darla un par de hostias. No te pierdas, Gumersindo. Y por
más que me proponía alcanzar tales virtudes jamás lo conseguía. A lo mejor el Analecto
llevaba razón: yo, arrastrado de mis malas inclinaciones, podía liarla parda
hasta el punto de convertirme en un asesino en serie. No me gustaba mirar los
telediarios porque me daban ganas de vomitar y después matar a ZP. A la rubia
de bote el chocho morenote esa lozana andaluza que pronuncia encendidos
discursos simulando la verborrea de los delegados de curso de la Facultad de
Económicas y presidía un gobierno de corruptos y de puteros yo también me la
cargaba. Mi país estaba envenenado por la política que torna a los hombres
tristes y rencorosos Por las noches se me acercaban los vampiros y creía entrar
a bueyes volando por mi dormitorio. Alguien soltaba el buho que revoloteaba por
la camarilla. Graznaba la lechuza en una rama del árbol de la sabiduría. Me
convertí por esta causa difunto de taberna y entraba desesperado en la barra
del Julifer (acrónimo de Julito y Fernando no vayan a pensar ustedes otra cosa
pues eran los dos socios que montaron el chiringuito) para que la Abamita me
escupiese exabruptos y su hermano me preguntase con un aire místico si me
pasaba por el Kiss. Templanza. Moderación, restricción, recato. No hagas caso,
Arije. Lanzaba la peonza. El zumbel de mi vida daba vuelta y vueltas. Se desplazaba
en círculo y la mecha se le iba diluyendo hasta que sonaba el cimbel del
convento de las Clarisas a la hora de vísperas. El impulso cinético concluido,
el trompo quedaba tendido panza arriba como el cadáver de un ahogado sobre el
enlosado del bulevar. Así que cimbel y zumbel es lo que soy ya digo. No había
matado a mi mujer pero no sería por falta de ganas sino porque ya iba para
mayor y me fallaban las fuerzas. Las daifas del Kiss también se reían de mí. Lo
mejor en esta vida no es el amor mercenario sino compartir el secreto de la
botella de Erifos. Vaya usted por la sombra y no se le ocurra escalar algunas
de las brancas del crecal que es árbol sagrado. Que hay moros en la costa y
centinelas apostados entre los merlones y almenas de la muralla de Niebla que
es la más importante de Andalus. Con que ya me dirás Ruibrás. El zumbel tornaba
movido por la fuerza centrifuga de la cuerda a compás de los tiempos de la gran
zurra. Había que ahogar las crisis de fe en la caneca de aguardiente y reírse
de la opulencia de las cosas nuevas de las gentes que van en el metro mirando
para la consola de su móvil y meneando con agilidad el dedito de la
comunicación virtual que se mide en baremos de incomunicación física. Suena el
cimbelillo de las monjas que llevan a las masas a la fantasmagoría de las redes
que son las nuevas arpías de los capiteles románicos donde todo está dicho y
augurado. Se nos aparecen los monstruos de dos cabezas y la mona que se muestra
impúdica ostentando la gran vagina de la mandorla mística. Lo que iba a pasar
en los tiempos venideros ya lo sabían los constructores de catedrales del siglo
XII. Las iglesias estaban vacías pero las santas pobres mujeres seguían
acudiendo a la novena. ¿Quién murió? El niño de la Exuperia.
¿A
causa de la tos ferina?
▬Paez que sí
Llevaba
el féretro un carro tirado por un tronco de corceles blancos y a Arije que
caminaba detrás del cura portando la cruz alzada y cantando el entierrillo
aquellos caballos le parecieron que iban trotando por los cielos nuncios del
Apocalipsis.
Mientras
tanto, los narcopoetas escanciaban yámbicos blancos y las poetisas se llamaban
poetas desde que se popularizaron los versos perroneros de Gloria Fuertes que
era bollera. Alzaron el pendón del orgullo vaginal. rNo somos poetisas que nos llamen
poetas. Hay que ver estos de la involución feminista en qué tonterías se fijan
llevadas por su odio al macho y sus deseos de aniquilar la vida. Yo quise
entonces cambiar el mundo mediante la palabra pero no pudo ser. Mis parientes
ponían oídos de mercader o se mofaban de mis súplicas. En España escribir es un
vicio y yo no era más que una pobre flor de jara, un hijo de la lluvia. El
arcipreste Julito y el padre Eguillor que se torra en los infiernos ya me lo
habían dicho:
▬Arije,
tú nunca entrarás n el paraíso. Mala suerte, chaval. Te salió el esteatoma. Y
un zaratán en los pies es para las ocasiones. Creciste en un mundo sin amor.
A
pesar de todo fui por el mundo anunciando nuevas y contando cosas, navegando
por mares de envidia y mediocridad. No entendían mi lenguaje por yo empleaba
los subjuntivos y la consecutio temporum
latina y ellos, pagados de si mismos, se creían los reyes del mango pegados a
la alcachofa, y al micrófono rebuznador, verdaderos “maqueraux” de los portavoces profanadores del lenguaje de la
comunicación, butanitismo
informativo, cabrones con pintas. Mi tío Hans murió en Stalingrado y monta
guardia en las estrellas. En noches de desolación nos comunicamos utilizando un
télex particular que me conecta con la ultratumba. Escucho los tambores que
anunciaron la desolación. Siento piedad por tío Hans y todos los que cayeron en
aquel terrible mes de enero e 1943. Nuestro futuro se derrumbó entonces y vamos
muchos dando tumbos por el mundo. Sin embargo llegaría un día de venganza. La
mentira no puede durar mil años. Los serviolas de proa anuncian una noche larga
en la mar. Surgen sombras a popa. Caminarás sobre el áspid y el basilisco,
romperás los eslabones de las cadenas que te ataron. La nieve y la escarcha (Imbert et nix) pasarán pero no mi
palabra. El Señor que es buen marinero de altura nos largará una estacha.
Mientras tanto, escucho el ruido de los cerrojos que se abren y cierran en
libertad. Los mueve una mano invisible. Ecos que se grabaron en la piedra de
los castillos y matacanes por cuyos pasadizos yo corría en mi infancia. La
piedra guarda los mensajes crípticos. Son ondas del más allá. Haplología
cíclica. El pan de los mastines. Los guardias de seguridad que guardan la viña
bajo el gario de oro de los cuatro dientes: justicia, fortaleza, prudencia y
templanza. Todas ellas abocan a la continencia, la modestia y la abstinencia
que proporcionan alegría al mal y al cuerpo buen banzo son las virtudes más
importantes. Son sus contrarios el hambre, la peste y la guerra los más destructivos.
Después como todo se renueva florece un tiempo distinto ex novo el abismo. Los
poetas son sus heraldos pero muchos son crucificados porque no son del gusto de
los tiranos que traen arrastrándose tras el carro triunfal a sus propios
profetas. Dejen paso a los adoradores del Becerro de Oro. También sigue a los
tiranos una cohorte de nuevos ricos, de teloneros, de periodistas comprados,
y de abogadotes rábulas picapleitos. Los
globos se desinflan y se estrellan contra el asfalto del Paseo de la Castellana
en medio del estruendo de palabras altisonantes altoparlantes: democracia,
solidaridad, feminismo, sexo y café para todos, globalismo, derechos humanos,
lucha de género que ha venido a sustituir a la lucha de clases, el euro, la
Merkel, Donald Trump, la Maritere inglesa. una verdadera muta lobuna marcando
el paso de los globales. Y de apoltronados en Bruselas. Ya no hay propiedad
privada la gran aspiración de las clases medias merced a la corrupción
sistemática de los partidos políticos que operan bajo la fórmula de “I will buy you out”. Somos unos
vendidos. Estos señores nos compraron. Todo es escaparate y jactancia en este
mundo sometido a la dictadura del dinero, el hedonismo y la fuerza bruta que es
la fuerza de la masa. Nos dan gato por libre cantidad por calidad y eso sí
grandes superficies y Black Fridies. Los gobiernos que ponen al frente son una
almáciga de mediocridades, porque piensan los que mandan que los ineptos sean
más corruptibles y manejables
Una cuadrilla de negros en un banco en mitad
el bulevar recién desembarcados de la patera y a las que las autoridades habían
mandado para acá estaban sentados sin trabajo.
Iban pululando de acá para allá y robaban carteras a los borrachos
mientras dormían descuidados sobre los bancos del bulevar la zorra suprema
zupia calimocho y ginebra de garrafón mezclas explosivas. Todos -eran lo menos
ocho- ocupaban un banco municipal. No tenían currele y estaban de brazos caídos
porque esto no era lo que les habían dicho: esto es el paraíso.
—
Venimos a España a que nos mantengan. No vamos a pegar golpe.
Acababan
de aterrizar en Madrid como aquel que dice pero después de la patera ¿Qué?
¡Pobrecillos! A matar o a robar o hacerse el culo de una puta vieja.
— Pues
ninguna lástima te han de dar, Arije — solía decir mi novia Etsi
En ese caso estaríamos hablando de turismo
sexual o de un nuevo tipo migratorio. Me daban un poco lastima, la verdad. Este
país fue cruce de razas y empalme de fronteras. La esbeltez de las nubias
contrasta con las abotagados rostros ecuatorianos de piel cobriza que parecen
mismamente corchos de botella con perdón pues así tienen el talle y cara de
buenas personas casi todos estos ecuatorianos inditos que a mí no me molestan.
Madrid ya no es rompeolas de las españas sino el abra donde convergen todos los
mares del mundo. ¿Esto es malo o bueno? Yo que sé. Al principio nos
preocupábamos y decíamos pero esto ya no puede ser. Venida la pella, y como no
los puedes vencer, únete a ellos, sálvese el que pueda. A la España de mis
amores no lo conoce ni la madre que lo parió. Además, estos encastes
transandinos y subsahariano pueden mejorar la raza hasta el punto de perder
nuestra identidad pero nada podemos hacer.
Entré
en el bar Tera. Zamora no se gana en una hora. La Abamita estaba de muy mala
leche. Manolo su marido hecho un brazo de mar al igual que Domingo y Analecto
los camareros. Todos son hermanos de por ahí de la raya de allá donde el Duero
se va a cantar fados a Portugal. Hablan
medio gallego y su parlar guardaba desinencias troncales del frontón de la
gaita zamorana. El establecimiento me recordaba a mí viejos cantares de la
ronda sanabresa. Buena gente. Entre pecho y espalda me metía mis dos buenas
botellas de peleón alguna vez clarete y me ponía a cantar el quien dirá que no
son cinco tres de blanco y dos de tinto — esto de los restoranes familiares que
a mí me van: plato del día y tercio de vino con gaseosa, aunque ya van quedando
menos en Madrid —es lo mejor que tiene esta ciudad. Día sí
y otro no, cocido maragato con su compango,
chorizo de bola y todo bien regado con tintorro de la frasca y ahí me las den
todas. Arije se había sentado en la mesa de enfrente. No hablaba. Estaba
cetrino. Sentí como un mal barrunto el aleteo de un cuervo. El aliento de una
mala sombra se esparcía por las techumbres del establecimiento, las sillas
parecía que empezaban a moverse. Yo juraría que Arije un viudo jubilado que
come todos los días a la misma hora, una y media, sentía que yo había detectado
algo del tenor de su gafancia. Pero no te apures le dije. Si eres gafe todo se
soluciona menos la muerte. Por lo menos has tenido suerte. Las parcas se han
llevado a tu mujer (qué buena era, lo dicen todos, aunque en el fondo todos
sentimos una cierta envidia a los viudos de pata negra) y a ti no te vamos a
ver en danza por la sección de suceso de los periódicos pues hoy es muy
habitual que los jubilados pensionistas se lleven por delante a la parienta. No
te quejes, Arije, chico. Eres un suertudo. En Madrid soltero y con dinero
Baden- Baden te lo digo yo échate una novia una de esas rusas de cuerpos
macarrón o esas rumanas fetén con ojos eslavos de aguamarina y a vivir que son
dos días y déjame de mirar con esos ojos de buey que se me atraganta la sopa.
Oye y no engordes mucho cuídate. Mis amonestaciones no servían para nada. Mi
comensal era victima de una de esas ligaduras misteriosas o lo que los
italianos denominan la jettatura.
Deja de ser el hilo conductor de toda esa trama maléfica, hazte con las riendas
del mundo, domínate a ti mismo. Tener tan elevados pensamientos en el preciso
instante en que uno se zampa un cocido de garbanzos y mientras Domingo bajaba
por la escalera de caracol con la bandeja no es que sea muy edificante. Primum vivere deinde philophare pero yo
soy capaz de hacer las dos cosas a la vez. A Alfredo Mirlo se le había muerto
su mujer Brontea haría un par de meses y a la legua se notaba que era uno de
esos individuos que no pueden estar solos porque le falla una cromosoma de la
falta de emotividad. El buey suelto bien se lama. Había sido un marido
dominante y posesivo que había dado mala vida a su señora y si no la tuvo atada
a la pata la cama allá que se iba pero ahora todo eran lagrimas duelos y
quebrantos por ella. Como Brontea malparió una hija le nació tonta y se la
llevaron a Quitapesares un preventorio psiquiátrico. Esa era otra. Pero ¿tu
eres mi hermano Gumersindo di? Nos han ocurrido cosas terribles. Cuando te
encuentro por el camino siempre me ocurre una desgracia.
—No
digas sandeces, Fabiniano.
Pocas
veces le había escuchado llamarme por mi nombre pero aquella vez su llamada
sonó apelativa y tierna transmitiendo en su inflexión ciertas querencias de la
infancia olvidada. Se sintió generoso y luego le invitó a absenta después de
comer. A la salida del zamorano cada uno de los dos hermanos tiró para su lado
el uno para la derecha y el otro por la izquierda. Cuídate y no te apures. Todo eso que pasó ya
pasó y habrá que echarlo en el olvido. Si no fueras tan gafe, te llamaría de
vez en cuando pero la gafancia no se cura... y. Tocó madera. Había una papelera
de bambú en las escalerillas del metro y la rozó con la mano izquierda. Estoy
seguro de que Fabiniano ya me ha pasado la galerna. Era como si en el alma me
hubieran sacudid un linternazo. Un ventalle de perdición, hijo mío. Yo soy
Baruj Arije y no se por que me pusieron Baruj ni cual es la raíz del arije.
Seguro que es un nombre moro. Recordó a Malitva una hermana que había fallecido
de cáncer de tiroides. La salieron unos bultos en el cuello y se le inflamaron
como cuévanos las cuencas oculares. Era muy guapa y rubia y de la noche a la
mañana perdió el pelo. Se puso monstruosa. Ella también era una Arije. Vivió
poco tiempo: treinta y cinco años. Dicen que lo del tiroides la vino en el
sobreparto al tener el primer hijo o fue el marido que era un pirata y un moro
en el mal sentido de la palabra. Pobre hermanita.
No
tenemos mucha suerte los de la familia. Avanzamos por la vida con la cargazón
de la culpa. Pagamos por los pecados de otros. Somos del pueblo elegido.
Elegidos sí para sufrir. La cosa no es para tomárselo a broma pero yo suelo
hacer de tripas corazón. Le saco partido a la vida. Buen yantar buenos vinos
buenas mujeres alguna que otra si se tercia y sobre todo buenos libros y buen
tabaco. Me he fumado lo mejor de Vuelta abajo me he bebido cubetes enteros de
Vega Sicilia. He amado la literatura profesión que nos inmortaliza y no fenece.
Que grande eres, Dios de Israel. Como cuidas de nosotros aunque a veces nos
mandes castigo. Será que nos lo merecemos. Hemos siempre de estar preparados y
ser congruentes con nosotros mismos para cuando sople el viento de perdición
que extinga la llama de todos los cirios. Otros tienen oscuridad pero los
Arijes vamos por la vida destellando rayos lumínicos. ¿Será eso por lo que el
profeta nos define como Vas electionis? ¿Será eso por lo que me pusieron al
nacer Baruj?
Y
entretenido en estos pensamientos místicos deambuló por la ciudad. La Avenida
de la reina Madre le condujo hasta un barrio lejano que casi desconocía donde
todos hablaban cheli de los bajos
instintos. Es un Madrid que me daba cien patadas sobre todo cuando esos majos
se descuelgan de repente con una parrafada que parece un chotis y muy
enviserados y chulaponas se van a bailar a la Verbena de la Paloma sobre un
lauril en “La Bombilla”. Todo eso es falso. Esa zona de la ciudad tan
mitificada por Ramón es un pufo que la etnología nos ha metido. Áspero y bronco
Madrid. Mucho Madrid. Es como arrancarse por peteneras y darle una buena soba a
Yoquecojones Nesti para los amigos el chamarilero de los libros de lances por
bocazas. Lleva visera de los de los legítimos y se enfunda el blusón de
menestral. Pero lo perdonó. “ese seguro que reventará cualquier día como el
lagarto de Jaén sin que nadie le siente las costuras y le haya partido la boca
por mentar a mi madre, que se muera. Madrid era una ciudad fantasma. Quebraban
albores. En el Paseo del Prado al bueno de Baruj el peripatético le salieron
unas damas al encuentro hablando en suahili. Todas eran pigmeas la piel negra
pero todas ellas vestida de blanco. Sólo sabían una frase en castellano la de
la quinta pregunta:
—
Chupaaa.... folláaaaa
—Bueno,
bueno niñas qué cosas tenéis. Dejadme en paz. Yo tengo otras preocupaciones.
Ale, ale, a casita que llueve.
Pero
cuanto más les amonestaba mas se le arrimaban las pigmeas. Se llevó la mano a
la cartera. Estas prendas vienen por algo. Tuvo que ponerse serio Arije y sacar
la poderosa cabritera de muelle que
llevaba en bolsillo. Al ver la de Albacete se espantó toda la bandada y lo
dejaron tranquilo. En sus cavilaciones se le había pasado la noche y tuvo que
esperar barzoneando hasta que abrieran el primer metro. De noche la ciudad
resulta casi una desconocida otro dibujo otra alma y otra vida pero él había
sido un noctívago dado al trasnoche y amaba las madrugadas sobre todo las
amanecidas aldeanas cuando se escucha a los gallos quebrar albores. A las cinco
de la mañana todo parecía que despertaba y poco a poco se notaba un aire de
actividad y de currele. Tenía frío. Era lunes santo y ya se notaba la
proximidad de la primavera. Se escuchaban cantar los pájaros en las frondas del
Retiro. Toda aquella huida de Arije de su propio laberinto y de su castillo
interior a la negrura de la noche tenía una explicación. Se había pasado la
tarde entre bostezo y bostezo haciendo zapping por televisión hojeando a
rastras insustanciales periódicos y suplementos dominicales subidos de color y
de desnudeces pero entecos de ideas. Para él estaba visto que la belleza no
estaba plasmada meramente en el felpudo de la modelo exuberante que por una vez
se retrasa mostrando sus líneas. Para él la belleza era la filocalía. No estaba
en torsos ni en senos flotantes sino en la belleza interior. Una mirada una
palabra amable una risa feliz una canción de quintos. Los nuevos periodistas
explicaban a sus lectores a lo largo de una serie de reportaje su pan comido:
ha nacido, señores, una nueva religión. Ahora todos somos laicos. Los gimnasios
habían sustituido a las capillas en su misión soteriológica. Era el síndrome de
la catedral vacía de fieles y llena de turistas. La descristianización
progresiva, los largos puentes de fin de semana. El alzamiento de pesas. La
barra fija. La bicicleta estática y otras calistenias. La gordura es un pecado
mortal y el peor diablo el de la grasa. Los flamines del tercer nivel habían
sustituido a los curas y a los obispos. Echaron el cierre las rejillas de los
confesonarios, derribaron pulpitos y ambones, el purgatorio no existe y el
infierno fue una fabula que se inventó el Dante así que hemos instaurado la
religión nueva. Todo cambió. Acababa de hacer explosión el coche bomba en
Leganés. Le daban escalofríos de pensarlo. Aquel piso que saltó por los aires
entre suras a Alá y la muerte de un geo. Dios aparta de mí este cáliz. Líbranos
de la peste y la guerra. Era buena persona en realidad Arije. Le tocó vivir un
tiempo difícil a lo mejor la culpa la tendría su hermano el gafe o que un
resorte había fallado. Estaban sin embargo cumpliéndose los designios que había
ido desparramando a lo largo de su obra anepigráfica.
—Tío,
eres todo un baluarte
—Pero
carezco de antivirus
—Que
va. Lo que pasa es que estas apoltronado hecho un oso buco. Has de caminar más.
Pasas las horas muertas ante la cuartilla blanca. Eternidades de ordenador.
Pero ve lo que aguardabas se ha cumplido. Has logrado tus sueños. Tú sabes. Tú
puedes.
—Ya lo
sé.
Había
que quitarse el sombrero. Arije no había fallado un punto en sus vaticinios. Ya
lo sé que te has pasado tres pueblos que vives en otro mundo pero que se le va
a hacer. Sonreías a los insultos. Eres un cobarde y encima te quejas.
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